En muchos
momentos he dado gracias a Dios porque me ha puesto frente a muchas personas a
las que admirar y a las que tomar de punto de referencia para desarrollarme.
Muchos de ellos, solo en el Cielo conocerán, cuánto significan para mí y cuánta
es mi admiración y agradecimiento.
Ayer, 7 de
Agosto, se fue al Cielo uno de ellos: mi Abuelo.
No pretendo
alargarme enumerando sus muchas cualidades, entre la que destacaba su continua
capacidad para sonreír (el mundo necesita gente sonriente, el era uno de
ellos.) pero siento la necesidad, me pasa siempre que vivo acontecimientos que
me impactan, de poner por escrito lo que tengo en la cabeza.
Y en estos
momentos, lo que tengo en la cabeza es que el Abuelo, nos dejó como regalo un
ejemplo de cómo vivir dos virtudes decisivas: la fidelidad y la laboriosidad.
Fidelidad. La
mayor expresión de esta virtud son sus 53 años de matrimonio, lleno de un amor
siempre joven y renovado. Me contó mi
abuela, llena de emoción, que el día de su 80 cumpleaños se había levantado de
madrugada para ir el baño. Cuando salió, mi abuelo estaba parado frente a la
puerta con los brazos abiertos, le dio un beso y un abrazo, la felicitó y luego
los dos volvieron a dormir hasta el día siguiente. ¿No es esto una muestra de
profundo amor? Yo si lo creo, y cuando recuerdo la anécdota –lo hago con alguna
frecuencia-, le pido a Dios: Jesús, que yo sepa amar así, que sepa amar como el
Abuelo. Pero fue también una fidelidad a toda su familia que encontró en él un
apoyo siempre incondicional.
Como experiencia
personal, he retenido siempre con especial cariño, la temporada de fútbol en el
Colegio Los Arcos del año 1996-1997. Me llevó todos los viernes, sin faltar a
ninguno, a los juegos de la liga. Me hacía un “nudo especial” en los zapatos
para que no se me desamarraran durante el juego y me ayudó a jugar mejor con
sus comentarios siempre muy agudos y concretos, después de cada juego. Recuerdo
uno de ellos “Juanito, no te puedes estar comiendo las uñas durante el juego.
Sé que a veces hay presión pero tienes que concentrarte en lo que haces.”
Laboriosidad. Mi
abuelo fue un trabajador incansable. En sus últimos días, cuando la enfermedad
lo hacía delirar, pedía ayuda con el iPad para pode estar ocupado. No tendré
nunca el recuerdo de mi Abuelo perdiendo el tiempo. Pero además, era un afán de
trabajo fruto del cariño a sus hijos y sus nietos. Trabajar para hacerles la vida agradable a los
demás. Tengo infinitos recuerdos, de su sentido práctico siempre adelantándose
a las necesidades de aquellos que no los somos tanto y, en ocasiones, nos
ahogamos en un vaso de agua.
Parece un asunto tonto, pero no lo es. El mundo sería mejor, si hubiera más gente como el Abuelo, personas empeñadas en aprovechar el tiempo, en trabajar bien, con espíritu de servicio.
Parece un asunto tonto, pero no lo es. El mundo sería mejor, si hubiera más gente como el Abuelo, personas empeñadas en aprovechar el tiempo, en trabajar bien, con espíritu de servicio.
Fidelidad y Laboriosidad,
dos virtudes que tendremos que aprender a vivir como lo hizo el Abuelo. Gracias a Dios ahora no solo contamos con su
sabio y oportuno consejo o con su ayuda eficaz, sino también con su intercesión ante la Santísima Trinidad
y ante la Virgen María. ¡Que alegría tener esta esperanza! No es un consuelo
infantil, para aliviar el dolor, sino el
convencimiento profundo, que nos proporciona la Fe, de que la vida terrena es
solo el paso a la verdadera Vida, donde la alegría es eterna y donde ahora, el
Abuelo nos espera con la misma sonrisa y un cariño aún mayor. Y es este el
último regalo que me dio el Abuelo en la tierra: una razón más para aprovechar los
días que me queden en la tierra, una razón más para luchar con todas mis
fuerzas para ganarme el Cielo. El me está esperando y no le puedo fallar.