En mis años
universitarios, cuando iba a almorzar a casa de mis abuelos, era común que mi
abuelo tuviera ideas que compartir sobre cómo ayudar al país en los difíciles
momentos que vivimos. Mi abuelo tenía cerca de 80 años y no dejaba de pensar en
cómo hacer realidad uno de sus sueños: que Venezuela viviera en libertad y los
venezolanos fueran felices.
Gracias a Dios,
he estado rodeado de gente, que me ha empujado a soñar, a tener ideales grandes
y nobles. Mejor aún, han mantenido el empuje para que también los sepa hacer
realidad. Debe ser por esto, que nunca he hecho mucho caso a las no pocas
personas que, al contarle mis sueños y ambiciones, me han llamado idealista, ingenuo o me han
dicho “cuando yo era joven, pensaba como tú pero ya la vida te enseñará”.
No les falta
razón a aquellos que dicen “la vida te enseñará”. Es verdad, la experiencia te
muestra que los sueños y metas se verán llenos de dificultades. Pero, se
equivocan, si piensan que eso es escusa para abandonarlos. Abandonar los sueños
es rendirse ante el mal. Por eso, quienes así obran, se llenan de pesimismo.
Por el contrario, quienes a pesar de las dificultades, insisten, de un modo y
de otro, a lo largo de toda la vida por hacer realidad sus metas, se llenan de
optimismo y son capaces de encontrar caminos para seguir trabajando por su
ideal.
Un refrán
popular que he oído muchas veces: el mundo fuera mejor si los viejos pudieran y los jóvenes
quisieran. Yo he conocido muchos jóvenes y viejos, que quieren, pueden y hacen
mucho. Ambos comparten lo mismo: un compromiso personal de no abandonar nunca,
no importa los contratiempos, la lucha por sus sueños.