En el mundo de hoy se habla mucho de diálogo. No solo
entre grandes actores políticos sino a todos los niveles. Profesores,
conferenciantes y empresarios resaltan la necesidad del diálogo como motor para
resolver los conflictos. Sin embargo, mi impresión es que se dialoga poco y se
discute mucho. ¿Cuál es la diferencia?
Para que haya diálogo un punto de partida es la
humildad de quienes dialogan. Cuando existe esta virtud, las partes
llegan a la conversación con la disposición de conocer y buscar la verdad. Se
intenta – con sinceridad- comprender todos los puntos de vista y ponerlos en
juego. Quien discute, por el contario, suele llegar con algunas ideas
preconcebidas que intentar imponer a los demás. En realidad, no quiere hablar,
quiere que le escuchen.
Cuando hay diálogo, se distingue entre los argumentos
y la persona que los expone. Una vez un buen amigo me dijo: “yo no tengo que
respetar tus argumentos, yo te respeto a ti, pero si tu argumento me parece
inválido, te lo diré”. Pienso que tiene razón. Una persona susceptible, que en
todo disenso ve una ataque personal jamás podrá dialogar. Distinguir entre la
persona y sus argumentos es difícil pero indispensable para una conversación
fructífera.
Pienso que si el diálogo, a todo nivel, tiene las características mencionadas, será un vehículo útil para la transformación social. De lo
contrario, nos desgataremos discutiendo.
Simplemente por la admiración que me
genera, y porque prueba que un diálogo inteligente es posible, les refiero un
ejemplos admirable. Hablo de la relación de Chesterton y Shaw. Dos pensadores
del Siglo XX que se hicieron famosos, entre otras cosas, por la fogosidad con
la que debatían uno contra otro. El primero era católico, valoraba
la economía de mercado y era amante de la buena comida, la cerveza y los
habanos. Bernard Shaw por su parte, era ateo, socialista, vegetariano y
abstemio. Más contarios imposible y sin embargo, los unió una relación
muy cordial. Después del funeral de Chesterton, Shaw escribió un artículo
alabando las virtudes del que consideraba un amigo.