En los últmos años he tenido la posibilidad de
conversar con personas de muchos países. Hay una cosa en común: el desencanto
con la clase política que dirige su país. No importa de donde venga, su edad o
sexo, era casi universal el sentimiento de que los políticos le han
fallado.
¿Cómo es esto posible? ¿Realmente los políticos del
mundo son unos corruptos y egoistas? ¿No hay politícos capaces de trabajar
bien?
Las doctrinas políticas sobre el contrato social establecen
que el pueblo delega a través del voto el poder de gobernar la ciudad. Pero en muchas democracias modernas, el tono
de protesta del ciudadano común es de quien espera todo del gobierno y siente
que cumple con su deber yendo a votar en el período establecido. En realidad no delegamos el gobierno, sino que nos desentedemos de él. Esto es claramente un error porque la construcción del bien común es una resposabilidad tan de
los políticos como de los demás ciudadanos.
Por eso, me atrevo a afirmar que el descontento colectivo con la clase política es, en muchos casos, consecuencia de haber dejado de hacer lo que como ciudadanos nos corresponde y pretender que lo resuelva el gobierno.
Aceptar esta realidad es difícil pero sin duda más provechoso para la sociedad. Nos
impide echarle la culpa al gobierno de nuestros males sociales. Nos hace
enfrentarnos con la realidad de que la injusticia social, la pobreza, la falta
de acceso a la educación, la inseguridad, el desempleo, etc. no son solo
problemas para el gobierno, sino problemas de los que cada uno es responsable.
Con esto no quiero
decir que no haya casos de corrupción o abusos en la clase política. De hecho,
en algunos países, como Venezuela, la violación reiterada de los derechos
humanos hace imposible vivir el principio de subsidariedad porque los ciudadabos
viven oprimidos en sus derechos más elementales. Sin embargo, si estoy convencido de que el ciudadano de a pie debe hacer más por su país y esperar menos del
gobierno. Quizá esto se puede resumir en la conocida frase
de John F. Kennedy “ask not what your
country can do for
you—ask what you can
do for your country”.
Si nos
hacemos y contestamos esa pregunta, nos quejaremos menos, veremos el futuro de
nuestras sociedades con una óptica más optimista, nos sentiremos protagonistas
de la construcción de un mundo mejor y en consecuencia, aportaremos a que sea
una realidad.