Hace pocos días,
un viernes por la noche, vi a un jovencito de 15 años estudiando hasta tarde. Se
preparaba para varios exámenes en la mañana del sábado. El pobre estaba
absolutamente agobiado y agotado. Algo me hizo pensar, esta situación no está
bien.
Me apena
presenciar cómo las escuelas han puesto el rendimiento académico como su fin
principal. Noto, cómo aspiran a ser las mejores a base de enviar ingentes
cantidades de tareas para que sus alumnos no puedan hacer otra cosa que
estudiar. Por otro lado, es aún más doloroso, encontrarse con tantos padres que
también han entrado en la misma dinámica. Para muchos, el bien máximo a conseguir
por su hijo es una buena calificación.
Así, veo niños
que pasan horas frente a los libros, bajo
una presión increíble, impuesta por los padres, compañeros y la escuela,
con el único objetivo de que saque buenas notas. Y me pregunto, ¿esto tiene sentido?
Me parece que no. Hay una pérdida de enfoque. El rendimiento académico ha
asumido la absoluta primacía en la educación. Ha desplazado a lo que
verdaderamente debe ocupar ese puesto: el desarrollo de una personalidad madura
que ayude a los niños y adolescentes a asumir las riendas de su vida.
Esas edades, y
solo esas, son el tiempo que la naturaleza ha previsto para que los niños y
niñas aprendan a ser hombres y mujeres de virtud. Pero el estudio solo no logra
eso. Es necesario que los niños jueguen con los amigos, compartan en familia,
desarrollen un hobbie, hagan la compra con mami, vaya con papá a arreglar el
carro, acompañen a un hermano al médico, etc. etc. Cuando se les priva
continuamente de estas experiencias, porque “sino no tienen tiempo para
estudiar”, se les hace un daño tremendo.
Debemos
recuperar el ideal de que el estudio sea un instrumento para que nuestros
hijos aprendan a ser sinceros, perseverantes, responsables, diligentes,
puntuales, ordenados, etc. Si lo vemos así, el estudio y la escuela se integran
junto con las relaciones familiares, los encargos de la casa, el
entretenimiento, las relaciones sociales y tantas otras cosas en un ritmo de
vida al servicio del crecimiento integral del joven. Ya habrá tiempo, en la universidad, de situar
el rendimiento académico en un lugar prominente.
Estas
reflexiones, me han llevado a recordar una conversación con un matrimonio amigo.
Me contaban la preocupación que tenían por lo que, a su juicio, era una carga
académica desproporcionada para la edad de su niño. “Pareciera que las tareas
están mandadas para que las hagan las mamás” me dijo la señora.
Luego me contó este
diálogo que había sostenido con su niño:
-
Hijo, vete a jugar, ya es suficiente de hacer
tareas.
-
No mamá, ¡todavía hay cosas pendientes!
-
No importa, hijo. Has hecho
bastante, vete a jugar.
100 % de acuerdo,
¡Que jueguen los niños! Así tendremos jóvenes más maduros y preparados para
sacar adelante este mundo nuestro.
P.D. Como complemento de este artículo puede verse este otro: 11 ideas para ayudar a estudiar a tus hijos. (http://juanantoniobg.blogspot.com/2015/02/11-ideas-para-ayudar-estudiar-los-hijos.html).
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