Conservadores y progresistas son dos etiquetas
con las que la opinión pública y otras personas engloban dos visiones del
mundo. No me considero parte de ninguno de estos grupos.
Algunos conservadores parecen olvidar que la
sociedad requiere cambiar para perfeccionarse. Pretender su avance a fuerza de
negar toda novedad y abogar por la tradición como garantía absoluta de un recto
orden social es un absurdo. A su vez, algunos de los llamados progresistas
parecen querer hacer de la ruptura con la tradición un criterio ético. “Si es
nuevo, es bueno” parecen afirmar. Olvidan que la novedad es una referencia
temporal, no ética. De lo contrario, las obras de Beethoven, Da Vinci u Homero serían
de poco valor por ser antiguas.
Es fácil percibir como ambas posturas parecen
irreconciliables y nos llevan a una discusión inacabable donde habitualmente
acaba imponiéndose, no la razón, ni la verdad sino la ley del más fuerte. Si
deseamos terminar con esta lógica, que no es beneficiosa para nadie, es
necesario encontrar puntos de encuentro. Lograr un camino de, como lo han
llamado algunos, mediación cultural.
Un proceso maduro y serio de mediación cultural
implica superar la discusión estéril, el ruido mediático y una visión preconcebida
de la realidad. Hace necesario reconocer que la sociedad está llamada a ser
cada vez mejor y para ello debe cambiar. También exige aceptar que la
experiencia acumulada a través de siglos de historia tiene mucho que aportar en
ese cambio. En conclusión, la mediación cultural exige un compromiso de estudio
serio que, a la luz de un profundo respeto por los derechos y la dignidad de la
persona humana, nos permita descubrir qué se debe conservar y qué se debe
cambiar, para que realmente construyamos una sociedad más justa. Esto es lo que realmente supone ser, mentalidad abierta u "open minded".
Este esfuerzo de superar la superficialidad de
las etiquetas y entrar en la búsqueda del auténtico bien de la persona y por lo
tanto de una comunidad, no solo debe darse entre la clase política y la
académica, sino entre la gente común quienes muchas veces son los auténticos
motores de la historia.