Palacio Legislativo de Puerto Rico |
Este artículo
pretende hacer una reflexión sobre una experiencia vivida en la Escuela de
Derecho en la Universidad de Puerto Rico.
Una y otra vez,
escuché cómo se proponían soluciones jurídicas a los más variados problemas
sociales. Algunas veces, pude notar una cierta frustración por no haber
resuelto determinado problema a pesar de las distintas leyes que se aprobaron
para atenderlo. Percibí la convicción en muchos profesores, de que los
problemas de un país se resuelven con un ordenamiento jurídico apropiado. Sus
esperanzas de un mundo mejor están cifradas en lograr el cuerpo legal oportuno.
Ante este modo
de ver el derecho, pensé, y alguna vez expuse en clase, que estaba en
desacuerdo con él. La dogra, la violencia, el fraude, el robo no son problemas
jurídicos, sino morales. Quien se dedica
a vender droga, o robar o matar, no dejará de hacerlo por una ley que se lo
prohíba. El poder disuasivo de la ley funciona para el ciudadano común, no para
el delincuente de oficio. Este último, ha decidido, a conciencia, obrar en
contra de la ley, ignorando o despreciando el mal moral que conlleva su
conducta. La solución a este problema no es una norma jurídica sino una
educación en valores.
La educación en
valores es impartida de un modo fundamental en la familia. Como sabemos, esta
institución se encuentra ante agresivos ataques para desnaturalizarla.
Paradójicamente este ataque se hace desde el derecho, desde la norma jurídica.
Esta tendencia a desnaturalizar la institución de la familia, en aras de una
mal entendida igualdad y tolerancia,
también se ha puesto de moda en la Universidad de Puerto Rico.
Así las cosas,
me fui de esa escuela con un curioso panorama. Por un lado, aprecié un
convencimiento profundo de que el derecho es la solución a todos los problemas
sociales. Y por otro, noté la aprobación casi general, del ataque jurídico que
recibe la institución del matrimonio y la familia. Por ejemplo, en las aulas de
la Escuela escuché explícitamente a una profesora decir “el Estado debería
asumir como política pública facilitar el divorcio”.
Pienso,
sinceramente, que estas actitudes son incompatibles. El derecho no puede
pretender ayudar a una sociedad si se utiliza para destruir su escuela básica
de valores. Es incoherente que el derecho exija a sus ciudadanos una conducta
buena, honesta, respetuosa si a la misma vez les destruye el ámbito donde todo
hombre aprende qué es el bien, qué es la honestidad, qué es el respeto y porqué
es bueno vivir esos valores.
La única
explicación que consigo a esta incompatibilidad es que no se ha entendido la raíz del problema. Seguimos pensando que
el problema de la violencia es que hay pocos policías, o que el problema de las
escuelas públicas es que las instalaciones de los planteles educativos no están
en buenas condiciones, que el problema de algunos delitos es que no tienen
penas suficientemente severas. Si pensamos así, podemos estar viendo una
posible solución pero no la solución de fondo. La raíz está en la formación
moral de la persona. Para que una sociedad progrese, no se necesitan grandes
ordenamientos jurídicos, lo esencial es que sus miembros quieran libremente
hacer el bien. Eso se aprende en la familia.
Si el derecho
quiere contribuir al progreso de un país, su principal ocupación es proteger el
matrimonio y la familia natural. Si construye sobre eso, tendrá garantizada la
eficacia de todo el resto del ordenamiento jurídico.
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