“El amor no pasará jamás”. ¿Sigue siendo válida esa
afirmación? En muchos rincones la gente se hacía esa pregunta. La frase, sacada
de una carta de Pablo de Tarso a los cristianos de la ciudad de Corinto, estaba
por todos lados. El escenario era la reciente boda de una mis hermanas que fue
ambientada alrededor de ese texto. En un mundo tan marcado por -en expresión de
Bauman- el amor líquido, es decir uno definido por la inestabilidad de las
relaciones interpersonales, la frase paulina no pasó desapercibida y fue
frecuente tema de conversación entre los asistentes.
El amor es una palabra gigante con
capacidad de albergar las definiciones más dispares. Hace algunos años leí que
el egoísmo era la esencia del amor. Según ese texto, amar a alguien es
disfrutar con lo que la otra persona es capaz de proveernos. Si por amor se
entiende esto, claramente la frase de San Pablo es incorrecta. En este
escenario, en cuanto el “amado” deja de ofrecer lo que apetece, el amor pasará.
Para que el amor se haga estable, y
la afirmación de San Pablo siga vigente (como creo que lo es), tiene que
significar algo más. Pienso, por ejemplo, en una mamá que prepara loncheras a
las 6 a.m. para sus hijos (que de paso no lo agradecen); o, en una persona que lucha
largos años por superar sus defectos pensando que así su cónyuge estará más
contento; o, en alguien que interrumpe el trabajo para ayudar a un amigo que se
ha accidentado. Todas estas acciones atestiguan la existencia del amor: por lo
hijos, por el cónyuge, por el amigo. ¿Cómo pasan estas cosas? ¿Se hacen por
pura satisfacción personal? Evidentemente que no. La vida concreta nos muestra
que el amor auténtico lleva a pensar en el otro, en lo que le hace bien, lo que
le hace feliz. Cuando es genuino, el amor es generoso. No se trata de lo que el
otro produce en mí, sino de mi decisión de vivir para hacer al otro feliz.
De este modo, sustraemos al amor de la volatilidad de las circunstancias y
del capricho personal para ofrecerle la oportunidad de vivir en la estabilidad de
una voluntad decidida. Cuando el amor se entiende así, se va haciendo más real
afirmar que “no pasará jamás”.
Pero no es suficiente. Fallar en el
deseo de hacer al otro feliz no es infrecuente. Tropiezos, errores,
descontroles, pequeños y grandes, son continuos en quienes se aman. Y esas
faltas, ¿no son pruebas de que se ha pasado el amor? Pienso que no. Quien
aspira a amar sin fallar y sin que le fallen, necesita recordar que la
naturaleza humana no es perfecta. Solo Dios es capaz de amar perfectamente.
Entre los hombres, es de la esencia del amor hacerlo compatible con los
defectos y los errores del otro. Más aún, es a través de esos defectos que
puedo demostrar que quiero su bien, que quiero que los supere y sea mejor. En
síntesis, que lo amo. Quien se equivoca mostrará su amor pidiendo perdón,
mostrando su arrepentimiento a través del esfuerzo por enmendar el daño. Quién
sufre la ofensa o el error, amará perdonando y apoyando al amado en su lucha
por corregirse. En realidad, las miserias no se oponen al amor, más bien, son
cauce de un amor que se manifiesta a través del perdón y la lucha por
enmendarse. Cuando se vive así, todos los defectos y errores humanos, son
incapaces de desmentir que “el amor no pasará jamás”.
Una última consideración. Si hemos
afirmado que el amor auténtico es querer el bien del otro, mientras el otro
exista, hay razón para amar. Es propio del amor que sea de por vida. Podríamos
incluso invertir la frase paulina y afirmar “si pasa, no es amor” porque, ¿llamaríamos
amor a quien quiere el bien de otro solo a plazos? No lo creo. Esta propiedad a temporal
del amor la ha sintetizado bellamente Benedicto XVI cuando afirma que “la
fidelidad a la largo del tiempo es el nombre del amor”.
Generosidad, perdón, lucha por
enmendarse, perseverancia… son las palabras que conformar la anatomía del amor.
Con ellas, “el amor no pasará jamás”. ¿Quién es capaz de amar así? ¿No
es esto una utopía? Ciertamente es difícil. Pero contamos con una tradición
milenaria de matrimonios, amigos, padres e hijos que nos demuestran que es
posible. Contamos también con toda la ayuda de Dios (la ventaja de los
creyentes es que lo saben y se apoyan en ella). Y, en fin, sabemos que el
esfuerzo vale la pena. Ya le decía Keira Knightley a Will Smith, en Collateral
Beauty, el amor es la única respuesta real al porqué de esta vida.
Mis padres, cada día me demuestran que estas ideas son posibles |