lunes, 16 de noviembre de 2009

¡Cada quién desde su sitio, esté donde esté!


Cuando de películas se trata se acostumbra a decir que las secuelas son siempre malas. Si tiene suerte, el mejor comentario que puede lograr una segunda parte es un discreto “está bien” seguido inmediatamente de un “pero la primera es mejor”. El artículo que sigue no se trata de películas pero sí es en cierto sentido una secuela. Esperando que aquello que se dice de las películas no se aplique cuando se trata de ensayos, me aventuro a probar suertes y a escribir una segunda parte.

En el artículo denominado Un redescubrimiento del bien común hicimos la siguiente afirmación: “Cada quién desde su sitio, esté donde esté, tiene que asumir su condición de co-constructor de la sociedad humana en la que todos deseamos vivir”. Si esta afirmación se hace ante un auditórium lleno de políticos, nada tuviera de complicada. Pero cuando pensamos en un ama de casa, en un empresario, en un abogado en su escritorio jurídico, en un obrero desde la fábrica, en un médico desde su consultorio, en un campesino arreando el ganado, la afirmación inicial es más compleja. ¿Cómo hacen ellos para ser co-constructores de la sociedad humana en la que todos deseamos vivir? No es una pregunta teórica, es una interrogante que surge luego de escuchar muchas veces: “desde aquí donde estoy, ¿cómo hago para ayudar?”

Ya no recuerdo bien cómo surgió la conversación. Estábamos sentados en las escaleras que ascienden hacia la entrada principal de la residencia universitaria donde vivíamos. Era de noche. Conversábamos sobre un montón de cosas. En algún momento, llegó el tema inevitable: política. Ambos habíamos trabajado en una institución que da formación política a jóvenes y también participábamos activamente de las protestas sociales que considerábamos legítimas. Pero en este caso, hablábamos de política desde una perspectiva distinta. Mi amigo me estaba transmitiendo algo nuevo, había descubierto algo que le había hecho replantear su lucha por el bien común. En un determinado momento, con mucha ilusión, me dice:

- Juan, yo creo que hay que hacer más por el país. Tenemos que lograr que nuestros amigos sean buenos. No basta con que quieran hacer el bien, tienen que querer esforzarse por ser personas virtuosas. A primera vista, parece que eso nada tiene que ver con política. Sin embargo, estoy convencido de que es lo que verdaderamente construirá un mundo mejor.

Con toda sinceridad, no entendí la fuerza que él veía en esa idea, ni porqué le hacía tanta ilusión y lo que menos entendí es porqué dijo eso si estábamos hablando de cómo ayudar al país.

Ya ha pasado algún tiempo desde esa conversación y el tiempo me ha permitido entender lo que en su momento no comprendí. Lo que mi amigo me quiso decir fue que lo que comúnmente se llaman problemas sociales, en realidad no son problemas de “la sociedad”, son problemas de personas concretas, son problemas personales. Son problemas que al ser sufridos por tantos miembros de una sociedad se convierten en problemas comunes, pero que en el fondo siguen siendo problemas personales, problemas de las personas concretas que integran esa sociedad. Es por esto, que ayudar a resolver los problemas personales, es ayudar a resolver los problemas sociales. Es en esta tarea, en la tarea de ayudar a cada miembro de la comunidad que nos rodea donde un ama de casa, un empresario, un abogado, un obrero, un médico, un campesino se convierte en co-constructor de la sociedad y contribuye a su perfeccionamiento. Es el esmero de la madre que enseña a su hijo a ser honesto, donde se la vence la corrupción. Es el esfuerzo del padre que enseña a sus hijos a comprender y perdonar, donde se resuelve la violencia. Es en la conducta del patrono que paga lo merecido al trabajador, donde se resuelve la injusticia. Es el empeño del profesor por educar con rectitud, donde ser resuelve la ignorancia. Es en la familia donde se aprende a amar, donde se resuelve el odio y se construyen las bases para la sociedad que soñamos. Son, en conclusión, los corazones de los ciudadanos que se deciden a ser buenos y a enseñar a otros a serlo lo que construye la sociedad que queremos.

“Desde aquí donde estoy, ¿cómo hago para ayudar?”, la respuesta la da mi amigo: “Tenemos que luchar para que nuestros amigos sean buenos. No basta con que quieran hacer el bien, tienen que querer esforzarse por ser personas virtuosas. Es lo que verdaderamente construirá un mundo mejor”.
"Lo único que hace falta para que el mal triunfe, es que los hombres buenos no hagan nada"
Edmund Burke