domingo, 19 de enero de 2020

Guerra Cultural

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Conservadores y progresistas son dos etiquetas con las que la opinión pública y otras personas engloban dos visiones del mundo. No me considero parte de ninguno de estos grupos.
Algunos conservadores parecen olvidar que la sociedad requiere cambiar para perfeccionarse. Pretender su avance a fuerza de negar toda novedad y abogar por la tradición como garantía absoluta de un recto orden social es un absurdo. A su vez, algunos de los llamados progresistas parecen querer hacer de la ruptura con la tradición un criterio ético. “Si es nuevo, es bueno” parecen afirmar. Olvidan que la novedad es una referencia temporal, no ética. De lo contrario, las obras de Beethoven, Da Vinci u Homero serían de poco valor por ser antiguas. 
Es fácil percibir como ambas posturas parecen irreconciliables y nos llevan a una discusión inacabable donde habitualmente acaba imponiéndose, no la razón, ni la verdad sino la ley del más fuerte. Si deseamos terminar con esta lógica, que no es beneficiosa para nadie, es necesario encontrar puntos de encuentro. Lograr un camino de, como lo han llamado algunos, mediación cultural.
Un proceso maduro y serio de mediación cultural implica superar la discusión estéril, el ruido mediático y una visión preconcebida de la realidad. Hace necesario reconocer que la sociedad está llamada a ser cada vez mejor y para ello debe cambiar. También exige aceptar que la experiencia acumulada a través de siglos de historia tiene mucho que aportar en ese cambio. En conclusión, la mediación cultural exige un compromiso de estudio serio que, a la luz de un profundo respeto por los derechos y la dignidad de la persona humana, nos permita descubrir qué se debe conservar y qué se debe cambiar, para que realmente construyamos una sociedad más justa. Esto es lo que realmente supone ser, mentalidad abierta u "open minded".  
Este esfuerzo de superar la superficialidad de las etiquetas y entrar en la búsqueda del auténtico bien de la persona y por lo tanto de una comunidad, no solo debe darse entre la clase política y la académica, sino entre la gente común quienes muchas veces son los auténticos motores de la historia.

"Lo único que hace falta para que el mal triunfe, es que los hombres buenos no hagan nada"
Edmund Burke