domingo, 13 de marzo de 2011

La rebeldía necesaria

Se iban acercando las cuatro de la tarde. Los asistentes iban llegando poco a poco y  se les iba asignado su sitio en la sala de estar. La sala tiene dos sofás y tres sillones individuales, normalmente atiende a once personas. En esta oportunidad estaba haciendo el esfuerzo de recibir a treinta. Y lo logró. El aire acondicionado también puso de su parte, estuvo fajándose durante hora y media para que nadie tuviera que pensar en el calor.
Pasados pocos minutos después de la hora acordada, hizo entrada la persona esperada. Se sentó en uno de los sofás. Escogió el extremo izquierdo del mueble y desde ahí nos habló. “He estado pensando en qué debo decirles, no es fácil…” fueron sus primeras palabras.  Luego continuó, “alguna vez oí a un amigo hablar de un gran personaje del siglo XX. El decía que podía definirse a ese personaje en dos palabras. Bastaba decir que era un rebelde. Como yo considero que ese personaje es digno de imitar, decidí que vendría a proponerles que sean como él, unos rebeldes.” Solo Dios sabe lo que esa afirmación supuso para los presentes. Para nadie fueron indiferentes, para algunos supuso cosas muy serias. A pesar de que en la sala no cabía nadie más, no había sensación de gentío. El tono familiar y sencillo del invitado hacía que todos sintieran que estaban en confianza. Al mismo tiempo, quienes oían sabían que se estaban diciendo cosas importantes y que no podían desaprovecharlas.
“Un rebelde…” continuó nuestro interlocutor… “es quien no se conforma con la mediocridad, quién aspira a mejorar el mundo que lo rodea, quién no se deja llevar por la presión del grupo”. Ser rebelde es no ir siempre con el flow, así lo resumió uno de los que estuvo ahí y me parece que captó exactamente lo que se quería transmitir. Lo cierto es que después de estas palabras, la expectación por las que vendrían después creció.  Cualquiera que abriera un poquito la puerta y, sin distraer a los oyentes, se fijara en sus rostros, percibiría interés y emoción.
Nuestro invitado hizo una pausa, cruzó las piernas, y continuó. “Para ser rebeldes, debéis en primer lugar ser personas con grandes ideales. Debéis aspirar a lo grande, a lo valioso, a lo exigente.” Algunos de los oyentes se echaban hacia delante. Se fijaban en el hablador como si la intensidad de sus miradas pudiera grabar en su memoria lo que iban escuchando. Lo próximo que oyeron fue esto: “quien no tiene grandes ideales, pasará a la historia como aquellos que por comodidad o egoísmo dejaron esta tierra sin enriquecerla.”  En este momento, alguien concluyó: para eso no he venido yo a la tierra.
El visitante prosiguió, “además de tener grandes ideales, los rebeldes deben ser personas generosas. Deben estar dispuestos a dar sin recibir, a sacrificarse sin beneficios a corto plazo, a invertir tiempo y esfuerzo que no serán recompensados con dinero.”  Con esta afirmación algunos pensaron que el invitado se había equivocado. Sin embargo, siguieron escuchando, “los rebeldes están dispuestos a todo, no porque están locos, sino porque la grandeza de su ideal lo justifica.” Y aquellos que pensaron que el invitado se había equivocado, rectificaron y ahora pensaban: tiene razón.
Pero la historia no se acaba aquí. Faltaban todavía cosas por oír y nadie tenía inconveniente con que eso fuera así.  Antes de continuar,  quien hablaba recorrió la sala con la mirada. Luego dijo: “pero no basta, no basta con tener grandes ideales y ser generosos.” Todos pensaron que el reto de ser rebeldes se iba complicando pero el interés lejos de disminuir, aumentaba. Nadie hablaba, solo se oía la voz de quién llevaba la conversación y el ruido del aire acondicionado. Nadie intercambiaba miradas, todos los ojos fijos en el invitado de la tarde. “No basta, -continuó-  porque el rebelde es también alguien capaz de darse. ¡Que quede claro!, no solo capaz de dar, sino de darse. Los grandes ideales de un rebelde no son solo proyectos de superación personal, sino sobre todo, un proyecto en el que su superación personal está estrechamente unida a su esfuerzo por la superación de sus semejantes.”
Quien hablaba también era víctima de la emoción del momento que se vivía. Al ver tantos ojos jóvenes fijos en sus gestos y atentos a sus palabras no podía contenerse. Mientras decía ¡que quede claro!, se golpeaba el muslo con el puño, parecía que quisiera con esos golpes sellar en el alma de sus oyentes el mensaje que estaba transmitiendo. Y lo logró, igual que la sala de estar había logrado recibir a mucha más gente de lo normal.
Llegó el momento de culminar. La voz sencilla y amigable volvió a sonar, “por último, quien desea ser rebelde en esta vida, debe ser un hombre que sabe perdonar.” ¿Y esto que tiene que ver con la rebeldía? se preguntaron algunos. La respuesta no tardó en llegar. “El rebelde, por definición, será incómodo para muchos. Para los pusilánimes, para los egoístas, para los cómodos, el rebelde encarna el reproche de su propia conciencia que los llama a salir del conformismo. Por eso, algunas veces tratarán de deshacerse del rebelde, y es posible que no sea de buena manera. Pero si el rebelde sabe perdonar, eso le traerá sin cuidado y continuará en su rebeldía, ayudando a todos. Especialmente a quienes lo rechazan. ¿Queda claro?” Silencio en la sala. Quién estuvo hablando sonrió, sabía que había puesto un reto a quienes lo escucharon. Quienes estuvieron escuchando también sonrieron, sentían el peso que habían puesto en sus hombros pero estaban alegres porque estaban dispuestos a cargarlo. El invitado no quería irse sin una última advertencia, así concluyó: “una cosita más, los rebeldes no se conforman con andar solos. Buscan a otros. Todo rebelde auténtico busca hacer de los demás, otros rebeldes. Rebeldes como hemos hablado. Rebeldes magnánimos, generosos, dados a los demás y que sepan perdonar.”
El invitado se puso de pie. La misma sala que una hora antes estaba llena de expectativa, ahora está llena de ambición. Ambición buena, ambición de transformar el mundo. Unas últimas palabras de despedida fueron correspondidas con cariño y agradecimiento. Nuestro invitado caminó hacia la puerta y salió.  Los demás quedaban adentro, ¿y ahora qué? pensaban. La respuesta resonaba con fuerza en cada uno: ahora, nos toca ser rebeldes. Rebeldes auténticos.
"Lo único que hace falta para que el mal triunfe, es que los hombres buenos no hagan nada"
Edmund Burke