jueves, 13 de octubre de 2011

La magnanimidad: una cuestión de actitud.



El otro día iba en el carro y me acordé de unos anuncios publicitarios de Jhonny Walker. Era de aquellas vayas que siempre afirmaban algo positivo, pero luego retaban a algo aún mayor. Una de las vallas decía: Leer o ser leído. Otra: Ganar o romper un récord. ¿Se acuerdan?

Siempre pensé que esas vayas podían verse desde dos perspectivas. Podían verse como un mensaje orientado a fomentar una ambición insana o una especie de egoísmo; un querer llegar a lo más alto cueste lo que cueste. Al contrario, también podría decirse que esas frases son una invitación a vencer el conformismo y a aspirar ideales fuera de lo común. Más que soberbia, buscan fomentar la magnanimidad. ¿Cómo saber cuál es el enfoque correcto? La respuesta es simple: aquél que ayudara a vender más Whisky.  Pero a mí me llamó la atención que la misma propuesta: leer o ser leído, puede significar magnanimidad o puede significar soberbia. ¿Cuándo es magnanimidad y cuándo es soberbia?

Creo que la balanza se inclina hacia uno u otro lado dependiendo de la finalidad con la que se asume el reto. ¿Qué busca una persona cuando aspira a algo? ¿Qué quiere lograr fulano cuando emprende la conquista de realidades ambiciosas? La respuesta a esa pregunta hará de esa persona, de ese fulano, un gran hombre, una gran mujer o un hechón insoportable. El gran hombre o la gran mujer es la que aspira a la realización de esas realidades ambicionas no solo en función de su crecimiento personal, sino también en función del bien que puede hacer a la sociedad. El hechón o el guillúo, tiene grandes aspiraciones porque espera grandes honores y destacar él en la sociedad. 

Romper el récord para ascender en el ranking del atletismo: cosa buena. Romper el récord para ascender en el ranking de atletismo y además, dejar en alto la bandera del país que representas: cosa aún mejor. Pasar del primer al segundo nivel es una cuestión de actitud, ¿lo hago por mí o lo hago para el mundo?

jueves, 25 de agosto de 2011

Mi experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud, Madrid 2011. Parte 1.

Misa de inauguración y bienvenida de Benedicto XVI.




¡Por poquito y no voy! Cinco días antes de mi vuelo para Madrid amanecí enfermo. Gracias a Dios logré recuperarme lo suficiente para estar la mañana del 13 de Agosto en el aeropuerto de San Juan vía Nueva York para luego volar a Madrid. La razón del viaje: la Jornada Mundial de la Juventud. 
Madrid es una ciudad muy agradable para pasear y muy vistosa. Hizo mucho calor pero se solucionaba tomando agua. Pero más que del turismo que hicimos quiero contarles lo relacionado con los eventos de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Fueron los mejores momentos del viaje. 
Los tres primeros eventos fueron la Misa de Inauguración el martes 16, la bienvenida al Papa el jueves 18 y el Via Crucis el viernes 19. Las tres actividades se hicieron en el mismo sitio: los alrededores de la Plaza de La Cibeles. La Fuente de La Cibeles estaba en el centro de la plaza, frente al Palacios de Comunicaciones de Madrid se colocó una inmensa tarima blanca con un techo también blanco. Presidiendo el escenario, a mano derecha, una imagen de la Virgen de la Almudena. Cuando caía la noche, las luces del escenario hacían brillar el blanco de la tarima y las luces anaranjadas iluminaban las paredes ocres del Palacio. Con el cielo azul oscuro de fondo la escena era sobrecogedora. 
Se inauguró la JMJ con una Misa en la Plaza de Cibeles presidida por el Cardenal Arzobispo de Madrid Antonio María Rouco. Pude estar en plena plaza a unos 15 metros de la tarima.  Antes de la Misa había alboroto, bonche, gritos, banderas, consignas, bailes. Se oía español, inglés, portugués, mucho italiano. Se veían hombres, mujeres, niños y niñas, niñitos y niñitas, señores  y señoras, abuelos y abuelas. Había sacerdotes, monjes, monjas, laicos. Pero al momento de la Misa, se acabó ese despelote tan agradable y todo el mundo se dispuso a prestar atención. La gente estaba en silencio y concentrada. Los que estaban lejos siguieron la ceremonia por pantallas, yo pude prestar atención directamente a la tarima. El coro de la Misa se lució, aunque su ejecución máxima fue sin duda en Cuatro Vientos. Después de comulgar, vi a mucha gente de rodillas en el asfalto. Empecé a apreciar lo que se confirmaría después: la gente que iba a la JMJ iba a rezar.
El jueves fue la siguiente actividad oficial de la JMJ. La bienvenida al Papa. También fue en la Plaza de Cibeles. Este día no tuve tanta suerte. Al estar presente Benedicto XVI, aparecieron ríos y ríos de gente que no habían llegado para la Misa del martes. Intentamos ir al mismo sitio donde habíamos estado dos días antes pero no tuvimos éxito. La entrada a la Plaza Cibeles estaba cerrada. Dentro de la plaza no cabía ni un alma más. Juntos con las otras miles de personas que teníamos alrededor fuimos a buscar entre los alrededores un buen sitio para estar. 
En todas las actividades de la JMJ había una fascinación y una batalla pacífica por estar pegados a las barandas que bordeaban las calles. En general, nadie sabía cuál era el recorrido exacto del Papa y entonces, todos intentaban ponerse en las barandas para ver si tenían la suerte de que el Papamóvil pasara por ahí. El jueves, nosotros no fuimos la excepción. Como no pudimos entrar propiamente a la plaza nos instalamos en la primera baranda libre que vimos. No tuvimos mucha suerte. El papamóvil no pasó por ahí, pero tuvimos dos buenas ventajas. La primera, frente al sitio donde estábamos teníamos una buena pantalla y pudimos ver todo a través de ella. La segunda, teníamos sombra. Esta vez, no poder estar cerca del Papa nos permitió estar lejos del sol. 
Si el día de la inauguración de la JMJ había diversidad de gente, nacionalidades e idiomas, el día de la bienvenida del Papa, esta diversidad se multiplicó. Se multiplicó la diversidad de la gente y se multiplicó también la cantidad de gente. En la esquina donde nos estábamos, iba llegando más y más personas. Llegó un momento que me empecé a preguntar si ese sitio no tenía un límite físico. A medida que se iba acercando el momento de la llegada del Papa, estábamos más y más aplastados contra la baranda. Estábamos aplastados pero contentos. Vimos por la pantalla la entrada simbólica de Benedicto XVI a través de la Puerta de Alcalá, es una redoma con un monumento bastante grande con tres arcos. El Papa recibió las llaves de la ciudad de manos del Alcalde de Madrid. Luego cruzó el arco central acompañado por jóvenes de los cinco continentes. Por las pantallas se veía todo muy emocionante. Después de cruzar el arco, el Santo Padre caminaba por un pasillo rodeado de unos arreglos florales muy bonitos y recibió unos regalos de unas niñas que llegaron montadas a caballo. Después de esto, se oyó por las bocinas que rodeaban Cibeles: ¡Ahora el Papa se monta en el papamóvil y se dirige a esta plaza! ¡Estará aquí en breves minutos! Empezamos a cantar, a gritar consignas y a aplaudir. Cuando el Papa finalmente llegó a la Plaza se oían los gritos de quienes estaban más cerca de la tarima. El Papa se veía emocionado. Después de unas palabras de bienvenida del Cardenal Rouco, ¡por fin! oímos la voz del sucesor de Pedro. “Queridos amigos…” fueron sus primeras palabras. El Papa habló en seis o siete idiomas. Eso impresionó a todo el mundo. Unas palabras suyas que me quedaron grabadas: hacer crecer la gracia de Dios sin mediocridad aspirando a la santidad. 


Al terminar la ceremonia de bienvenida, empecé a sufrir otra vez el peso de la gente intentando acercarse a la baranda. El movimiento de voluntarios y policías hacía pensar que el Papa iba a pasar por donde estábamos. Pero no, nos quedamos con las ganas. Empezamos entonces a salir de ahí. Ríos, mares de gente que se movían. No he visto cosa igual. Se oían instrumentos de todo tipo. Camisas rojas, amarillas, verdes, azules, blancas, negras. Banderas de todos los países imaginables. Se acercaba gente para intercambiar recuerdos. Nosotros teníamos para dar unos pequeños leones que representan la ciudad de Ponce. Se veían hábitos de todos los colores y estilos. Muchos sacerdotes en sotana a pesar del sol. Un ambiente que sin ninguna duda es expresión clara de lo que significa una fe católica, una fe universal.



Mi experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud, Madrid 2011. Parte 2.

El Via Crucis.

Al día siguiente, viernes 19, fue el Via Crucis. Nos propusimos estar cerca del Papa a como dé lugar.  Después de visitar algunos sitios vinculados a la vida del fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá, nos fuimos en dirección a la Plaza de La Cibeles. Queríamos volver a estar como estuvimos el día de la Misa con el Cardenal Rouco, en la mitad de la plaza de Cibeles. Nos llevamos un susto porque nos encontramos con un gentío inmenso intentando entrar en la plaza. Afortunadamente todavía había espacio. Fueron unos momentos de tensión porque la policía iba dejando entrar a las personas poco a poco pero eran cientos y cientos. Yo sentía que en cualquier momento la policía iba a decir ¡se acabó! ¡No entra más nadie!, pero gracias a Dios ese momento llegó cuando ya estaba adentro y todo los de mi grupo también. Estuvimos más cerca que el día con el Cardenal Rouco. El Vía Crucis se llevó a cabo a lo largo del paseo de Recoletos. Benedicto XVI llegó a la Plaza de la Cibeles y lo siguió a través de un televisor que se había instalado para ese propósito. El estaba arrodillado y a veces sentado, siempre  de frente al público. Junto al Papa lo veían en otro televisor el Cardenal Rouco y algún otro Cardenal que no sé quién es.  
Nosotros seguíamos el Via Crucis por las pantallas. Lo mejor fue poder estar cerca. Siempre que queríamos, con levantar la cabeza podíamos ver claramente al Santo Padre, se le veía rezando, concentrado, atento a los sucesos. 
La cruz fue recorriendo las catorce estaciones del Via Crucis. La cruz la transportaban distintos grupos de jóvenes. El coro y la orquesta de la JMJ (ambos fueron creados específicamente para las jornadas) iban cantando y tocando distintas piezas de música entre estación y estación. Al llegar a una de ellas, se hacía silencio y se leía un texto. Los peregrinos teníamos una guía con los textos de todas las ceremonias litúrgicas de esa semana y pudimos ir siguiendo todas las lecturas del Via Crucis.

El momento culminante del Via Crucis fue sin duda las últimas estaciones. El Señor con la cruz a cuestas y la crucifixión. Mientras se acercaba a la estación que representaba el Señor cargando con la cruz hacia el Calvario, el coro se calla, la orquesta se calla. Empieza a sonar por La Cibeles una saeta llamada el Rostro de Cristo. Una interpretación absolutamente conmovedora que llenó el acontecimiento de un silencio absoluto. Nadie hablaba todo el mundo rezaba. El Via Crucis continuó, se oye por las bocinas: siguiente estación, la Crucifixión. Y en medio del silencio empiezan a sonar, interpretados por la orquesta, los golpes del martillo sobre los clavos. El silencio se hizo aún más profundo. Por lo menos a mí, el sonido de los martillos a todo volumen, me hizo imaginar de un modo muy gráfico la crucifixión. Creo que fue una experiencia común porque nadie se movía y a diferencia de la saeta, cuando el sonido de los martillazos concluyó, nadie aplaudió. Otra vez, la gente rezaba. El Papa no se inmutaba, se le veía con la vista fija en la pantalla y rezando.
Concluido el Via Crucis, el Papa se pone de pie. Esta vez no lo iba a oír desde lejos sino desde cerquita. Cuando se volvió a oír por el micrófono la voz del Santo Padre, La Cibeles volvió a estallar en aplausos, emoción y entusiasmo. El Papa nos animó a no tenerle miedo a la Cruz. Cuando terminó el Via Crucis yo estaba muy contento, pude tener de frente al Papa por una hora entera.  
La salida de Cibeles fue igual que el día anterior pero se sentía cómo a medida que se acercaba la jornada final en Cuatro Vientos, la muchedumbre aumentaba.

Mi experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud, Madrid 2011. Parte 3..


Parte 3: El aeródromo de Cuatro Vientos. 

Por último, llegó el sábado 20, la Vigilia en Cuatro Vientos con el Papa. El plan era: unas palabras del Papa, adoración al Santísimo, pernoctar en Cuatro Vientos y al día siguiente, Domingo 21, Misa presidida por Benedicto XVI.
Saliendo del Metro
Cuatro Vientos es un aeropuerto de la Fuerza Aérea Española. Nos bajamos en una estación del metro que está a treinta minutos caminado. Ya en el vagón de tren sentimos el calor humano de cientos de personas metidas en un espacio reducido. Cuando empezamos la caminata hacia Cuatro Vientos, cinco horas antes de la Vigilia, ya caminábamos con miles de personas alrededor. Iba a ser una jornada dura, el sol estable inclemente. 
Llegamos al aeropuerto y lo primero que hicimos fue buscar la comida. Comento este hecho porque para mí fue un gran logro de los organizadores de la JMJ. Dar almuerzo, merienda, cena, desayuno, merienda y almuerzo para 2 millones personas es un reto objetivamente impresionante. Un aplauso para ellos porque lo lograron estupendamente bien. 
Después de tener nuestras bolsas de comida, nos fuimos a la sección que nos correspondía: la E7. Cuando llegamos los voluntarios nos dijeron que ya la sección estaba llena que teníamos que irnos a otro sitio. No nos conformamos, insistimos un poco y logramos conseguir un sitio donde estar. El grupo tuvo que dividirse. Diez por un lado, ocho por otro pero lo logramos. 
Explicar la aventura de Cuatro Vientos es difícil. Jamás en mi vida he visto tanta gente junta. Había gente acostada y sentada en cualquier espacio de terreno que hubiera disponible. Hacia cualquier lado que miraras veías gente y más gente. Era algo muy emocionante.

Una vista aérea de Cuatro Vientos

 El calor fue un hecho que por momentos puso a la gente nerviosa. En Cuatro Vientos no hay ni un solo árbol que dé sombra y tuvimos que estar muchas horas bajo un sol que no perdonaba. El agua se calentaba tanto que refrescaba muy poco. Pero, una vez más la gente estaba dispuesta a lo que sea y poco a poco aguantó hasta que cayó la noche. Bajaron las temperaturas y todo el mundo pudo descansar. 

Por fin llegó el Papa, los gritos de millones de jóvenes eran ensordecedores. Cuatro Vientos sí que fue el culmen de la variedad. Blancos, negros, morenos, amarillos. Pelirrojos, catires, pelo negro. Religiosos de todas las órdenes religiosas imaginables. Aquí si es verdad que podían conseguirte con lo que quisieras. Y sin embargo, todos gritaban lo mismo: ¡Que viva el Papa! ¡Esta es la juventud del Papa! ¡Beeeenedicto! Es la maravillosa experiencia de la pluralidad viviendo el lema de la jornada ¡firmes en la fe! 
Mientras el Papa llegaba a Cuatro Vientos y se desarrollaba la ceremonia de bienvenida, había una nube negra amenazante que tenía a todos a la expectativa. Un poco de lluvia a las 5 de la tarde hubiese venido estupendo pero a las 8 de la noche cuando el Papa se disponía a hablar no emocionaba tanto. Sin embargo, sucedió. Cuando el Papa empezó a hablar se desencadenó una tormenta de agua con viento impresionante. Decidimos usar las chaquetas y los impermeables para proteger los sacos de dormir y la comida. Al principio pensábamos que la ceremonia podría seguir pero el viento y el agua arreciaron. El Papa tuvo que ser protegido por varios paraguas. En medio de todo esto, una cosa estaba clara: de aquí no se va nadie. La firmeza del Papa, que no se movió de su asiento, contagió a los presentes que empezaron a cantar y a gritar. Me consta que queríamos hacer sentir al Papa nuestro apoyo. Él había ido a vernos y nosotros habíamos ido a verle. De ahí no nos íbamos, lloviera lo que lloviera. A pesar de eso, la lluvia se alargaba y no paraba. De repente, todo el mundo empezó a rezar. A mi derecha un grupo de peregrinos rezaba en voz alta el Acordaos, yo empecé a rezar una estampa a San Josemaría. A mi izquierda, un grupo de monjas cantaban el conocido poema de Santa Teresa: Nada te turbe, nada te espante todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta. La petición unánime era: ¡que escampe! Y escampó. Después de unos diez o quince minutos se volvió a oír la voz del Santo Padre: “Queridos amigos….” No pudo hablar más. Haber aguantado el sol y después la lluvia había puesto a todo el mundo en un espíritu de batalla y volver a oír la voz del Papa fue como la señal del triunfo. Todos gritábamos. Estábamos muy emocionados. El Papa no pudo hablar por varios minutos, los gritos no lo dejaban. Por las pantallas se le veía muy conmovido.  “Hemos vivido una aventura juntos…” otra vez aplausos y gritos. Con un orgullo peculiar gritábamos a todo pulmón ¡Esta es la juventud del Papa!
El Papa rezando ente el Santísimo
Por fin el Papa pudo terminar sus palabras y salió para revestirse para la bendición con el Santísimo. Se expuso el Santísimo y empezó la Adoración Eucarística presidida por el Papa. El millón y medio de personas que antes sudados y mojados gritaba, ahora se pone de rodillas y calla. Todos nos sentíamos acompañando al Papa en su oración. Después de un rato de adoración, el Papa nos dio la bendición con el Santísimo y se despidió. Se fue entre aplausos pero sobre todo se fue dejando en nosotros una profunda admiración por todo lo que aguantó y resistió. Estoy seguro de que por mucho menos de lo que tuvo que soportar Benedicto XVI la noche de Cuatro Vientos, un artista de rock se hubiese retirado del escenario y cancelado el concierto. 
Al irse el Papa comenzó la aventura de pasar la noche en Cuatro Vientos. Empezó la gente a dormirse y alrededor de la 1 am, las parcelas del aeropuerto eran millares de sacos de dormir y sábanas por el piso. Tenías que tener cuidado al caminar para no pisar la cabeza o los pies de alguien desconocido. También como es lógico en una concentración de jóvenes, muchos no quisieron dormir. Yo estuve andando por ahí hasta las 3 de la mañana y siempre vi gente cantando, hablando y mucha gente rezando. A las 2.30 de la mañana fui a una de las capillas que tenían el Santísimo para hacer un rato de oración con mi hermano. Estaba repleta de gente. Incluso algunos sacerdotes confesando. Es una imagen que remueve y que encarna lo que el Papa repitió mucho: la Iglesia está viva. 
La gente en una de las parcelas
Cuando por fin me digné a acostarme, había un hormiguero justo donde iba a ponerme. Tuve que buscar otro huequito por ahí. Lo conseguí y me acosté. A mi derecha tenía tres personas que no conocía. Frente a mí otras que tampoco conocía. Pero así como eran desconocidas para  mí, yo lo era para ellos pero la verdad es que esa noche a nadie le importó. Cuando me desperté en algún momento de la madrugada, abrí los ojos y tenía el pie de alguien envuelto en una sábana frente a mí. Volteé la cabeza y me conseguí con la cabeza de uno de mis amigos a pocos centímetros. Traté de ponerme de lado pero tenía los pies de otro amigo mío en la mitad del camino. Así fue la noche de Cuatro Vientos pero a absolutamente nadie le importaba. Todos estábamos felices. Exhaustos pero felices. 
A las 7.30 de la mañana, un fulano apodado “El Pulpo” que fue el animador de los eventos de la JMJ, gritaba ¡Buenos Días Cuatro Vientos! Yo estaba un poco aturdido y no entendía porque nos despertaban a esa hora si faltan todavía dos horas y media para la Misa. Vi a mi alrededor y me di cuenta de que no era el único en esa situación. Pero bueno, después me pareció lógico que para despertar a millón y medio de personas hacen falta 2 horas y media. 
El Papa llegó y otra vez la gente salió corriendo hacia las barandas. Pero, el Papa tampoco pasó por la zona donde yo estaba. Pero estaba tranquilo, la tarde del Via Crucis para mí fue suficiente. 
La Misa fue muy emocionante. Es como obvio decir eso cuando quien celebra es el Papa y quién participa de ella es un grupo millonario de personas jóvenes. El coro y la orquesta interpretaron de manera impecable el repertorio y en algunos momentos fue difícil contener las lágrimas. El Gloria fue particularmente vibrante. El Papa en la homilía insistió en que no se puede seguir a Cristo fuera de la Iglesia. Me imagino que estaba saliendo al paso a ese argumento tan difundido de que “yo creo en Dios pero no creo en la Iglesia.” En la Consagración vivimos otra vez ese momento tan peculiarmente emocionante del silencio en medio de semejante multitud. 
Tarima de Cuatro Vientos
Antes de concluir el Cardenal Rouco le dirigió unas palabras a Benedicto XVI. No son textuales pero más o menos decía: “Santo Padre estos jóvenes están dispuestos a encarnar el Evangelio y ser apóstoles en sus lugares de residencia. Esta es Santo Padre la juventud del Papa. Puede contar con ellos.” Un aplauso atronador sacudió Cuatro Vientos. Yo me volteé y le dije quién tenía al lado, ¡en qué compromiso nos ha metido el Cardenal! Pero el compromiso máximo fue en el que nos metió el Papa. Antes de terminar la Misa, nos dirigió unas últimas palabras. Justo antes de decir “Muchas Gracias”, nos dijo: “queridos amigos, ¡no me defraudéis!” 
Con estas ideas en la cabeza, caminé las 2 horas que nos tomó salir de Cuatro Vientos.
Al día siguiente abordamos el avión que nos trajo de regreso a San Juan.
Muchas gracias Benedicto XVI por esta experiencia.
P.D: si alguno de los miles de voluntarios de la JMJ lee esto, quiero que sepa que estoy muy agradecido. Su trabajo fue impecable.

domingo, 31 de julio de 2011

La familia de un ingeniero constructor



Treinta y dos niños y quince miembros del staff llegamos a la hacienda donde estaríamos por los próximos diez días. Prometían ser intensos y llenos de diversión y también de trabajo. Gracias a Dios, trabajo y diversión no necesariamente son conceptos opuestos. 

Los niños invadieron los terrenos y una cosa quedó clara, llevaban semanas esperando ese momento. Por fin, ¡empezó el campamento! Los miembros del staff atendían cosas varias de logística. Yo me fui a revisar mi principal preocupación: los baños.

Varias semanas antes se había empezado la remodelación de unas áreas de la hacienda para construir unos baños más cómodos para el campamento. Sin embargo, unas fuertes lluvias cayeron por días sin fin y retrasaron la construcción. Antes de llegar sabíamos que los baños no iban a estar listos. Ideamos un plan B pero no se descartaba de ninguna manera terminar los baños cuanto antes. Con optimismo, animé al Ingeniero a que siguiera trabajando duro y le dije que contaba con mis oraciones. 

Un día, después de que se fueron los obreros, vi a una señora montada en una escalera y pintando. Me llamó la atención y pregunté quién era. Para mi sorpresa, era la hermana del Ingeniero constructor. Se había enterado del apuro en que se encontraba su hermano y decidió ir ayudarlo a terminar su trabajo. Al día siguiente, además de la señora me fijé en dos personas más. Volví a preguntar, era el esposo de la señora y su hijo, es decir, el cuñado y el sobrino del ingeniero. Luego apareció un cuarto personaje, otro de los hermanos del responsable de la construcción. Todos iban a apoyar. 

Con un capital humano tan comprometido, la jornada de trabajo se alargó y se hizo más eficiente. Primero trabajaba el personal contratado y después, la familia del ingeniero constructor. Con semejante ritmo de trabajo, a los 4 días de haber comenzado el campamento, era una realidad: teníamos los nuevos baños disponibles. 

Yo estaba conmovido ante semejante manifestación de solidaridad familiar. Pensé que es un ejemplo palpable de cómo la familia es célula fundamental de la sociedad.  Pensé que hay ciertas situaciones que, de no resolverse, paralizan al individuo y sin él se retrasa el progreso de la sociedad. Se fue la luz, no hay pan para el desayuno, Mariana se fue al colegio sin el uniforme de deporte. Son problemas sencillos pero son los problemas reales. Ante ellos, la experiencia nos muestra que el principal recurso es la familia. Es además, el recurso más incondicional porque su fundamento es el cariño. Por eso creo que la historia que narré es un ejemplo palpable del rol indispensable de la familia. Un trabajo por terminar (los baños), del cual depende el funcionamiento de 45 personas (la sociedad). ¿Quién apareció? No fue el alcalde, ni la alcaldía, tampoco una ONG. Apareció la hermana, el hermano, el cuñado, el sobrino y con ellos se logró el objetivo. ¿Quién resolvió? La familia.

domingo, 8 de mayo de 2011

GRACIAS

El 28 de Septiembre es mi cumpleaños. Ese día en el año mil novecientos noventa y algo o capaz era en el dos mil y poquito, da lo mismo, fui al mediodía a la entrada del colegio a recoger la lonchera que me dejaba mi mamá todos los días  para que pudiera almorzar comida recién hecha. El portero, el señor Carlos Moreno, que con su piel hace honor a su apellido, me recibió con el cariño acostumbrado y me dio mi lonchera. Fui al cafetín a almorzar con algunos panas, y al abrir la lonchera encontré algo distinto a lo acostumbrado. Una notita, con la inconfundible letra de mi mamá que decía: “Juani, feliz cumpleaños, te quiero mucho. Mami.” Con algo así, ¿a quién no se le alegra el día?

Un día del verano de finales de la década de los dos mil fuimos 4 o 5 de mis hermanos, no me acuerdo exactamente, junto con mis papás a renovar el pasaporte. Mis papás y mis hermanos fueron juntos en un carro, yo me fui por separado en otro porque en esos momentos vivíamos en sitios distintos. La oficina donde teníamos que renovar el pasaporte estaba lejos de la ciudad y era una zona bastante desconocida para mí. Además el carro que estaba manejando no estaba en las mejores condiciones. Yo llegué antes que ellos. Cuando nos encontramos, me conmovió oír de mi papá: “Juani, menos mal que llegamos, tu mamá estaba preocupadísima de que te perdieras o no llegaras bien. Nos quedamos atrapados en el tráfico y ella dijo que quería montarse en una moto para poder llegar rápido y saber que estabas bien.”

Otro día, esta vez no tengo ni idea de que en qué año o época fue, mi mamá empezó a sentirse mal. Dijo que quería acostarse un rato y que por favor, nadie la interrumpiera. Sin embargo, no mejoró. Cuando mi papá la llevó al hospital, le hicieron unos exámenes y entonces se supo lo que tenía: una deficiencia de hierro en la sangre. Había agotado todas las reservas del cuerpo y tenía algo así como  agotamiento crónico. Se me quedó grabado en la memoria que el cuerpo tuvo que literalmente detener a mi mamá que por ayudarnos, se había olvidado de descansar lo suficiente. ¡Hasta las reservas de hierro las había consumido! (Perdonen la imprecisión científica pero lo estoy contando como lo entendí en ese momento y como se quedó grabado en mi memoria.)

He oído contar, medio en serio y medio en broma, que cuando nacimos mi hermana y yo, felicitaron a mi mamá. Cuando nacieron Carlos y Tomás, se impresionaron de que llegaran tan rápido. Cuan nacieron Ruth e Iraida, algunos se pusieron bravos y otras, bravas. Pero cuando nació Mariana, se les quitó el enfogono. Ya cuando nació Irene, le volvieron a hablar. Y cuando nació Miriam, no les quedaba más remedio que reconocer su fortaleza y la felicitaron otra vez. Gracias a su generosidad y la obvia e indispensable colaboración de mi admirado padre, tengo ese regalo grandísimo que son mis hermanas y mis hermanos.
Última historia. Un domingo,  estábamos en un almuerzo con algunas familias amigas. Cerca de las 6, mi mamá y mi papá, dicen que nos vamos porque había que ir a Misa. Ante los reclamos de varios de los presentes, decían que por faltar un domingo a Misa no pasaba nada, la firmeza de mis papás en que había que irse me quedó grabada. Entendía qué significa vivir nuestra fe con seriedad. 

Mi abuela me contó que ella ha pensado que las mamás tienen que ser como un arco que debe estirarse para que los hijos (las flechas), lleguen lo más lejos posible. Por eso hoy, día de las madres, escribo estas anécdotas porque son evidencia para mí de lo mucho que se ha estirado mi mamá y de lo mucho que se estiran tantas madres en el mundo para que nosotros, sus hijos, lleguemos hasta donde queremos llegar. No tengo otra palabra para decir, solo puedo decir, gracias, Muchas Gracias.

lunes, 25 de abril de 2011

Por qué creemos lo que creemos.




Era el siglo II D.C. Las calles de Roma estaban abarrotadas de gente. En el camino que llevaba al Coliseo el ruido era ensordecedor. Se oían gritos a todo pulmón profiriendo los insultos más agresivos que podrían decirse. Había gente que lloraba desconsolada. Con la cara marcada por el dolor muchos rezaban serenamente.
En medio de todo este caos, iba Telésforo, Obispo de Roma, el Papa de la naciente Iglesia. Había sido condenado a muerte por un delito que empezaba a hacerse cada vez más común: ser Cristiano. El Papa iba rezando y daba la bendición a todos los cristianos que lograba reconocer entre la multitud. 
Entre los presentes, había quienes no entendían porqué estaba tan tranquilo alguien que iba camino a la crucifixión. Junto con otros, se preguntaban cómo era posible que habiendo tantas condenas a muerte en las últimas semanas, el Cristianismo se seguía expandiendo. Para ellos era una profunda contradicción la realidad evidente de que mientras más cristianos morían, más gente se convertía a esa “secta”. El régimen del terror iniciado en su contra no estaba funcionando.
Estas líneas me las inventé luego de quedar hondamente marcado por dos novelas que acabo de terminar de leer. La primera se llama Marcus. La segunda, Grain of Wheat. El autor es Michael Giesler. Los libros cuentan la gran aventura humana y espiritual que supuso vivir y difundir la doctrina de Cristo durante los primeros siglos. 
Sin entrar en dramatismos, mi conclusión constante era: ¡Qué inmensa distancia hay entre nosotros y la fortaleza, la fe, la caridad de los primeros cristianos!
A lo largo del libro, no podía dejar de hacerme preguntas.  ¿Qué vieron en la fe aquellos primeros cristianos para perderle el miedo a las formas más crueles de muerte?,  ¿Qué había en esa “nueva espiritualidad” que logró mover a tantos hombres y mujeres a cambiar radicalmente su visión del mundo?, ¿Qué descubrieron en el mensaje del Carpintero de Nazaret tantas personas que decidieron dejarlo todo para seguirle?, ¿No es esa fe, esa nueva espiritualidad la misma que creemos hoy en día los cristianos?, ¿Ese Carpintero de Nazaret, no es el mismo a quién hoy día la Iglesia nos propone imitar? En definitiva, ¿por qué nosotros, cristianos del siglo XXI, no vivimos la fe con la intensidad con que lo hicieron en los primeros siglos?
Después de mucho pensarlo, ofrezco una posible respuesta. Hemos llegado a creer que nuestra fe son un conjunto de normas que hay que cumplir. Si las cumples te vas al cielo, sino al infierno. Y ya. Se acabó. En eso consiste nuestra fe. Ahora, pienso que la fortaleza y ejemplaridad de los primeros cristianos se apoyaba en que veían en la fe algo mucho más potente que un conjunto de normas. Hay algo que ellos veían que nosotros no estamos viendo. Ofrezco otra posible respuesta, ellos encontraron que la fe era sobre todo amar incondicionalmente a una persona. Concretamente amar la persona de Cristo, que ya había muerto en la cruz por cada uno de ellos.  En su esfuerzo por amar a esa persona es donde encontraron la vitalidad, el dinamismo y la fuerza del Cristianismo. Urge que nos reencontremos con esta perspectiva de nuestra fe. La visión del Cristianismo como un conjunto de reglas es aburridísima. Pero el Cristianismo, por definición, no puede ser aburrido. La fe católica es en última instancia amar, y amar siempre es emocionante. Pienso que ese fue el gran descubrimiento de los primeros y por eso, fueron capaces de hacer lo que hicieron.

domingo, 13 de marzo de 2011

La rebeldía necesaria

Se iban acercando las cuatro de la tarde. Los asistentes iban llegando poco a poco y  se les iba asignado su sitio en la sala de estar. La sala tiene dos sofás y tres sillones individuales, normalmente atiende a once personas. En esta oportunidad estaba haciendo el esfuerzo de recibir a treinta. Y lo logró. El aire acondicionado también puso de su parte, estuvo fajándose durante hora y media para que nadie tuviera que pensar en el calor.
Pasados pocos minutos después de la hora acordada, hizo entrada la persona esperada. Se sentó en uno de los sofás. Escogió el extremo izquierdo del mueble y desde ahí nos habló. “He estado pensando en qué debo decirles, no es fácil…” fueron sus primeras palabras.  Luego continuó, “alguna vez oí a un amigo hablar de un gran personaje del siglo XX. El decía que podía definirse a ese personaje en dos palabras. Bastaba decir que era un rebelde. Como yo considero que ese personaje es digno de imitar, decidí que vendría a proponerles que sean como él, unos rebeldes.” Solo Dios sabe lo que esa afirmación supuso para los presentes. Para nadie fueron indiferentes, para algunos supuso cosas muy serias. A pesar de que en la sala no cabía nadie más, no había sensación de gentío. El tono familiar y sencillo del invitado hacía que todos sintieran que estaban en confianza. Al mismo tiempo, quienes oían sabían que se estaban diciendo cosas importantes y que no podían desaprovecharlas.
“Un rebelde…” continuó nuestro interlocutor… “es quien no se conforma con la mediocridad, quién aspira a mejorar el mundo que lo rodea, quién no se deja llevar por la presión del grupo”. Ser rebelde es no ir siempre con el flow, así lo resumió uno de los que estuvo ahí y me parece que captó exactamente lo que se quería transmitir. Lo cierto es que después de estas palabras, la expectación por las que vendrían después creció.  Cualquiera que abriera un poquito la puerta y, sin distraer a los oyentes, se fijara en sus rostros, percibiría interés y emoción.
Nuestro invitado hizo una pausa, cruzó las piernas, y continuó. “Para ser rebeldes, debéis en primer lugar ser personas con grandes ideales. Debéis aspirar a lo grande, a lo valioso, a lo exigente.” Algunos de los oyentes se echaban hacia delante. Se fijaban en el hablador como si la intensidad de sus miradas pudiera grabar en su memoria lo que iban escuchando. Lo próximo que oyeron fue esto: “quien no tiene grandes ideales, pasará a la historia como aquellos que por comodidad o egoísmo dejaron esta tierra sin enriquecerla.”  En este momento, alguien concluyó: para eso no he venido yo a la tierra.
El visitante prosiguió, “además de tener grandes ideales, los rebeldes deben ser personas generosas. Deben estar dispuestos a dar sin recibir, a sacrificarse sin beneficios a corto plazo, a invertir tiempo y esfuerzo que no serán recompensados con dinero.”  Con esta afirmación algunos pensaron que el invitado se había equivocado. Sin embargo, siguieron escuchando, “los rebeldes están dispuestos a todo, no porque están locos, sino porque la grandeza de su ideal lo justifica.” Y aquellos que pensaron que el invitado se había equivocado, rectificaron y ahora pensaban: tiene razón.
Pero la historia no se acaba aquí. Faltaban todavía cosas por oír y nadie tenía inconveniente con que eso fuera así.  Antes de continuar,  quien hablaba recorrió la sala con la mirada. Luego dijo: “pero no basta, no basta con tener grandes ideales y ser generosos.” Todos pensaron que el reto de ser rebeldes se iba complicando pero el interés lejos de disminuir, aumentaba. Nadie hablaba, solo se oía la voz de quién llevaba la conversación y el ruido del aire acondicionado. Nadie intercambiaba miradas, todos los ojos fijos en el invitado de la tarde. “No basta, -continuó-  porque el rebelde es también alguien capaz de darse. ¡Que quede claro!, no solo capaz de dar, sino de darse. Los grandes ideales de un rebelde no son solo proyectos de superación personal, sino sobre todo, un proyecto en el que su superación personal está estrechamente unida a su esfuerzo por la superación de sus semejantes.”
Quien hablaba también era víctima de la emoción del momento que se vivía. Al ver tantos ojos jóvenes fijos en sus gestos y atentos a sus palabras no podía contenerse. Mientras decía ¡que quede claro!, se golpeaba el muslo con el puño, parecía que quisiera con esos golpes sellar en el alma de sus oyentes el mensaje que estaba transmitiendo. Y lo logró, igual que la sala de estar había logrado recibir a mucha más gente de lo normal.
Llegó el momento de culminar. La voz sencilla y amigable volvió a sonar, “por último, quien desea ser rebelde en esta vida, debe ser un hombre que sabe perdonar.” ¿Y esto que tiene que ver con la rebeldía? se preguntaron algunos. La respuesta no tardó en llegar. “El rebelde, por definición, será incómodo para muchos. Para los pusilánimes, para los egoístas, para los cómodos, el rebelde encarna el reproche de su propia conciencia que los llama a salir del conformismo. Por eso, algunas veces tratarán de deshacerse del rebelde, y es posible que no sea de buena manera. Pero si el rebelde sabe perdonar, eso le traerá sin cuidado y continuará en su rebeldía, ayudando a todos. Especialmente a quienes lo rechazan. ¿Queda claro?” Silencio en la sala. Quién estuvo hablando sonrió, sabía que había puesto un reto a quienes lo escucharon. Quienes estuvieron escuchando también sonrieron, sentían el peso que habían puesto en sus hombros pero estaban alegres porque estaban dispuestos a cargarlo. El invitado no quería irse sin una última advertencia, así concluyó: “una cosita más, los rebeldes no se conforman con andar solos. Buscan a otros. Todo rebelde auténtico busca hacer de los demás, otros rebeldes. Rebeldes como hemos hablado. Rebeldes magnánimos, generosos, dados a los demás y que sepan perdonar.”
El invitado se puso de pie. La misma sala que una hora antes estaba llena de expectativa, ahora está llena de ambición. Ambición buena, ambición de transformar el mundo. Unas últimas palabras de despedida fueron correspondidas con cariño y agradecimiento. Nuestro invitado caminó hacia la puerta y salió.  Los demás quedaban adentro, ¿y ahora qué? pensaban. La respuesta resonaba con fuerza en cada uno: ahora, nos toca ser rebeldes. Rebeldes auténticos.

miércoles, 23 de febrero de 2011

El reto de usar Internet.


 


Qué duda cabe de que el Internet es una auténtica revolución en el mundo. Es una herramienta que tiene una versatilidad como pocas cosas en la tierra. Lo usamos niños, jóvenes y adultos. Sirve para entretenernos, para comunicarnos y para trabajar. Cada vez la navegación es más rápida. Cada día hay más información disponible. Por ejemplo, he descubierto la maravilla de escribir “How to …” o “Cómo hago…” en Google o Youtube y en pocos segundos encuentro una explicación perfectamente detallada de lo que necesito hacer. También descubrí I Tunes U, una aplicación de I tunes que tiene montones de cursos de universidades muy prestigiosas (Georgetown, New York University, Duke) para bajar gratis. Por último, y probablemente lo más importante, cuando algún juego de la Liga Española de Fútbol o de la Champions League no lo están transmitiendo por TV, internet me salva la tarde. En síntesis, internet es una maravilla. 

Pero, lamentablemente siempre hay un “pero”, sabemos que Internet también ha traído algunos problemas: robo de identidad, fraudes bancarios, robo de información privilegiada o confidencial, etc. Hay que reconocer que todos estos problemas existían antes de Internet pero es innegable que la web los ha facilitado.
Ahora, a mi juicio, los problemas más serios que ha significado Internet son: por un lado, la inmensa cantidad de tiempo que se puede tirar a la basura y, por otro, la facilidad con la que se accede a contenidos inmorales. Pienso que son los más graves por numerosas razones. En primer lugar, suceden todos los días. Luego, afectan a un universo inmensamente mayor que cualquier otro problema que haya traído internet. Por último las consecuencias prácticas son gravísimas. La pérdida de tiempo supone un potencial humano que puede y debe ponerse en servicio de la sociedad y que se está desperdiciando. Y, respecto a las páginas inmorales, no nos logramos hacer una idea del inmenso daño que están causando en nuestras sociedades.  Se han convertido en un modo muy eficaz de destruir la noción de bien en las voluntades humanas. 

Preocupado por esta situación, un amigo vino a plantearme en noviembre un proyecto que ayudará a los padres de familia a tener un mejor y mayor control sobre los contenidos y las páginas que sus hijos ven a través de Internet. El proyecto también está orientado a ayudar a los adultos que quieren evitar el continuo bombardeo de inmoralidad que recibimos al trabajar en la web.

En una tarde, trabajando juntos, me dijo que teníamos que lograr que la gente pudiera navegar en internet sin estar constantemente expuestos al riesgo de naufragar en internet. La comparación me pareció simpática.  Es real que ingresar a la World Wide Web puede terminar mal y sin embargo, lo hacemos todos los días.  Por eso, todos aquellos que de uno u otro modo somos responsables de proporcionar acceso a Internet (papás, mamás, patronos, universidades, colegios, etc.) debemos ser proactivos y atacar del modo más eficaz posible los problemas que Internet nos presenta, especialmente la pérdida de tiempo y el acceso a contenidos inmorales. La gente tiene que poder navegar sin naufragar en la web. De lo contrario Internet se convierte en un instrumento absurdo, nace para el progreso de la sociedad pero se usa para el derroche del recurso más importante para lograr ese progreso (el tiempo) y para la destrucción de la base de toda convivencia cívica (la moral). En el fondo, cada usuario hará en Internet lo que le dé la gana; pero, debemos y podemos ayudar a que Internet se utilice como lo que es: una herramienta eficacísima para la comunicación humana, para la difusión de conocimiento, para el entretenimiento.
"Lo único que hace falta para que el mal triunfe, es que los hombres buenos no hagan nada"
Edmund Burke