¡Por poquito y no voy! Cinco días antes de mi vuelo para Madrid amanecí enfermo. Gracias a Dios logré recuperarme lo suficiente para estar la mañana del 13 de Agosto en el aeropuerto de San Juan vía Nueva York para luego volar a Madrid. La razón del viaje: la Jornada Mundial de la Juventud.
Madrid es una ciudad muy agradable para pasear y muy vistosa. Hizo mucho calor pero se solucionaba tomando agua. Pero más que del turismo que hicimos quiero contarles lo relacionado con los eventos de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Fueron los mejores momentos del viaje.
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Se inauguró la JMJ con una Misa en la Plaza de Cibeles presidida por el Cardenal Arzobispo de Madrid Antonio María Rouco. Pude estar en plena plaza a unos 15 metros de la tarima. Antes de la Misa había alboroto, bonche, gritos, banderas, consignas, bailes. Se oía español, inglés, portugués, mucho italiano. Se veían hombres, mujeres, niños y niñas, niñitos y niñitas, señores y señoras, abuelos y abuelas. Había sacerdotes, monjes, monjas, laicos. Pero al momento de la Misa, se acabó ese despelote tan agradable y todo el mundo se dispuso a prestar atención. La gente estaba en silencio y concentrada. Los que estaban lejos siguieron la ceremonia por pantallas, yo pude prestar atención directamente a la tarima. El coro de la Misa se lució, aunque su ejecución máxima fue sin duda en Cuatro Vientos. Después de comulgar, vi a mucha gente de rodillas en el asfalto. Empecé a apreciar lo que se confirmaría después: la gente que iba a la JMJ iba a rezar.
El jueves fue la siguiente actividad oficial de la JMJ. La bienvenida al Papa. También fue en la Plaza de Cibeles. Este día no tuve tanta suerte. Al estar presente Benedicto XVI, aparecieron ríos y ríos de gente que no habían llegado para la Misa del martes. Intentamos ir al mismo sitio donde habíamos estado dos días antes pero no tuvimos éxito. La entrada a la Plaza Cibeles estaba cerrada. Dentro de la plaza no cabía ni un alma más. Juntos con las otras miles de personas que teníamos alrededor fuimos a buscar entre los alrededores un buen sitio para estar.
En todas las actividades de la JMJ había una fascinación y una batalla pacífica por estar pegados a las barandas que bordeaban las calles. En general, nadie sabía cuál era el recorrido exacto del Papa y entonces, todos intentaban ponerse en las barandas para ver si tenían la suerte de que el Papamóvil pasara por ahí. El jueves, nosotros no fuimos la excepción. Como no pudimos entrar propiamente a la plaza nos instalamos en la primera baranda libre que vimos. No tuvimos mucha suerte. El papamóvil no pasó por ahí, pero tuvimos dos buenas ventajas. La primera, frente al sitio donde estábamos teníamos una buena pantalla y pudimos ver todo a través de ella. La segunda, teníamos sombra. Esta vez, no poder estar cerca del Papa nos permitió estar lejos del sol.
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Al terminar la ceremonia de bienvenida, empecé a sufrir otra vez el peso de la gente intentando acercarse a la baranda. El movimiento de voluntarios y policías hacía pensar que el Papa iba a pasar por donde estábamos. Pero no, nos quedamos con las ganas. Empezamos entonces a salir de ahí. Ríos, mares de gente que se movían. No he visto cosa igual. Se oían instrumentos de todo tipo. Camisas rojas, amarillas, verdes, azules, blancas, negras. Banderas de todos los países imaginables. Se acercaba gente para intercambiar recuerdos. Nosotros teníamos para dar unos pequeños leones que representan la ciudad de Ponce. Se veían hábitos de todos los colores y estilos. Muchos sacerdotes en sotana a pesar del sol. Un ambiente que sin ninguna duda es expresión clara de lo que significa una fe católica, una fe universal.
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