domingo, 8 de mayo de 2011

GRACIAS

El 28 de Septiembre es mi cumpleaños. Ese día en el año mil novecientos noventa y algo o capaz era en el dos mil y poquito, da lo mismo, fui al mediodía a la entrada del colegio a recoger la lonchera que me dejaba mi mamá todos los días  para que pudiera almorzar comida recién hecha. El portero, el señor Carlos Moreno, que con su piel hace honor a su apellido, me recibió con el cariño acostumbrado y me dio mi lonchera. Fui al cafetín a almorzar con algunos panas, y al abrir la lonchera encontré algo distinto a lo acostumbrado. Una notita, con la inconfundible letra de mi mamá que decía: “Juani, feliz cumpleaños, te quiero mucho. Mami.” Con algo así, ¿a quién no se le alegra el día?

Un día del verano de finales de la década de los dos mil fuimos 4 o 5 de mis hermanos, no me acuerdo exactamente, junto con mis papás a renovar el pasaporte. Mis papás y mis hermanos fueron juntos en un carro, yo me fui por separado en otro porque en esos momentos vivíamos en sitios distintos. La oficina donde teníamos que renovar el pasaporte estaba lejos de la ciudad y era una zona bastante desconocida para mí. Además el carro que estaba manejando no estaba en las mejores condiciones. Yo llegué antes que ellos. Cuando nos encontramos, me conmovió oír de mi papá: “Juani, menos mal que llegamos, tu mamá estaba preocupadísima de que te perdieras o no llegaras bien. Nos quedamos atrapados en el tráfico y ella dijo que quería montarse en una moto para poder llegar rápido y saber que estabas bien.”

Otro día, esta vez no tengo ni idea de que en qué año o época fue, mi mamá empezó a sentirse mal. Dijo que quería acostarse un rato y que por favor, nadie la interrumpiera. Sin embargo, no mejoró. Cuando mi papá la llevó al hospital, le hicieron unos exámenes y entonces se supo lo que tenía: una deficiencia de hierro en la sangre. Había agotado todas las reservas del cuerpo y tenía algo así como  agotamiento crónico. Se me quedó grabado en la memoria que el cuerpo tuvo que literalmente detener a mi mamá que por ayudarnos, se había olvidado de descansar lo suficiente. ¡Hasta las reservas de hierro las había consumido! (Perdonen la imprecisión científica pero lo estoy contando como lo entendí en ese momento y como se quedó grabado en mi memoria.)

He oído contar, medio en serio y medio en broma, que cuando nacimos mi hermana y yo, felicitaron a mi mamá. Cuando nacieron Carlos y Tomás, se impresionaron de que llegaran tan rápido. Cuan nacieron Ruth e Iraida, algunos se pusieron bravos y otras, bravas. Pero cuando nació Mariana, se les quitó el enfogono. Ya cuando nació Irene, le volvieron a hablar. Y cuando nació Miriam, no les quedaba más remedio que reconocer su fortaleza y la felicitaron otra vez. Gracias a su generosidad y la obvia e indispensable colaboración de mi admirado padre, tengo ese regalo grandísimo que son mis hermanas y mis hermanos.
Última historia. Un domingo,  estábamos en un almuerzo con algunas familias amigas. Cerca de las 6, mi mamá y mi papá, dicen que nos vamos porque había que ir a Misa. Ante los reclamos de varios de los presentes, decían que por faltar un domingo a Misa no pasaba nada, la firmeza de mis papás en que había que irse me quedó grabada. Entendía qué significa vivir nuestra fe con seriedad. 

Mi abuela me contó que ella ha pensado que las mamás tienen que ser como un arco que debe estirarse para que los hijos (las flechas), lleguen lo más lejos posible. Por eso hoy, día de las madres, escribo estas anécdotas porque son evidencia para mí de lo mucho que se ha estirado mi mamá y de lo mucho que se estiran tantas madres en el mundo para que nosotros, sus hijos, lleguemos hasta donde queremos llegar. No tengo otra palabra para decir, solo puedo decir, gracias, Muchas Gracias.
"Lo único que hace falta para que el mal triunfe, es que los hombres buenos no hagan nada"
Edmund Burke