jueves, 25 de agosto de 2011

Mi experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud, Madrid 2011. Parte 1.

Misa de inauguración y bienvenida de Benedicto XVI.




¡Por poquito y no voy! Cinco días antes de mi vuelo para Madrid amanecí enfermo. Gracias a Dios logré recuperarme lo suficiente para estar la mañana del 13 de Agosto en el aeropuerto de San Juan vía Nueva York para luego volar a Madrid. La razón del viaje: la Jornada Mundial de la Juventud. 
Madrid es una ciudad muy agradable para pasear y muy vistosa. Hizo mucho calor pero se solucionaba tomando agua. Pero más que del turismo que hicimos quiero contarles lo relacionado con los eventos de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Fueron los mejores momentos del viaje. 
Los tres primeros eventos fueron la Misa de Inauguración el martes 16, la bienvenida al Papa el jueves 18 y el Via Crucis el viernes 19. Las tres actividades se hicieron en el mismo sitio: los alrededores de la Plaza de La Cibeles. La Fuente de La Cibeles estaba en el centro de la plaza, frente al Palacios de Comunicaciones de Madrid se colocó una inmensa tarima blanca con un techo también blanco. Presidiendo el escenario, a mano derecha, una imagen de la Virgen de la Almudena. Cuando caía la noche, las luces del escenario hacían brillar el blanco de la tarima y las luces anaranjadas iluminaban las paredes ocres del Palacio. Con el cielo azul oscuro de fondo la escena era sobrecogedora. 
Se inauguró la JMJ con una Misa en la Plaza de Cibeles presidida por el Cardenal Arzobispo de Madrid Antonio María Rouco. Pude estar en plena plaza a unos 15 metros de la tarima.  Antes de la Misa había alboroto, bonche, gritos, banderas, consignas, bailes. Se oía español, inglés, portugués, mucho italiano. Se veían hombres, mujeres, niños y niñas, niñitos y niñitas, señores  y señoras, abuelos y abuelas. Había sacerdotes, monjes, monjas, laicos. Pero al momento de la Misa, se acabó ese despelote tan agradable y todo el mundo se dispuso a prestar atención. La gente estaba en silencio y concentrada. Los que estaban lejos siguieron la ceremonia por pantallas, yo pude prestar atención directamente a la tarima. El coro de la Misa se lució, aunque su ejecución máxima fue sin duda en Cuatro Vientos. Después de comulgar, vi a mucha gente de rodillas en el asfalto. Empecé a apreciar lo que se confirmaría después: la gente que iba a la JMJ iba a rezar.
El jueves fue la siguiente actividad oficial de la JMJ. La bienvenida al Papa. También fue en la Plaza de Cibeles. Este día no tuve tanta suerte. Al estar presente Benedicto XVI, aparecieron ríos y ríos de gente que no habían llegado para la Misa del martes. Intentamos ir al mismo sitio donde habíamos estado dos días antes pero no tuvimos éxito. La entrada a la Plaza Cibeles estaba cerrada. Dentro de la plaza no cabía ni un alma más. Juntos con las otras miles de personas que teníamos alrededor fuimos a buscar entre los alrededores un buen sitio para estar. 
En todas las actividades de la JMJ había una fascinación y una batalla pacífica por estar pegados a las barandas que bordeaban las calles. En general, nadie sabía cuál era el recorrido exacto del Papa y entonces, todos intentaban ponerse en las barandas para ver si tenían la suerte de que el Papamóvil pasara por ahí. El jueves, nosotros no fuimos la excepción. Como no pudimos entrar propiamente a la plaza nos instalamos en la primera baranda libre que vimos. No tuvimos mucha suerte. El papamóvil no pasó por ahí, pero tuvimos dos buenas ventajas. La primera, frente al sitio donde estábamos teníamos una buena pantalla y pudimos ver todo a través de ella. La segunda, teníamos sombra. Esta vez, no poder estar cerca del Papa nos permitió estar lejos del sol. 
Si el día de la inauguración de la JMJ había diversidad de gente, nacionalidades e idiomas, el día de la bienvenida del Papa, esta diversidad se multiplicó. Se multiplicó la diversidad de la gente y se multiplicó también la cantidad de gente. En la esquina donde nos estábamos, iba llegando más y más personas. Llegó un momento que me empecé a preguntar si ese sitio no tenía un límite físico. A medida que se iba acercando el momento de la llegada del Papa, estábamos más y más aplastados contra la baranda. Estábamos aplastados pero contentos. Vimos por la pantalla la entrada simbólica de Benedicto XVI a través de la Puerta de Alcalá, es una redoma con un monumento bastante grande con tres arcos. El Papa recibió las llaves de la ciudad de manos del Alcalde de Madrid. Luego cruzó el arco central acompañado por jóvenes de los cinco continentes. Por las pantallas se veía todo muy emocionante. Después de cruzar el arco, el Santo Padre caminaba por un pasillo rodeado de unos arreglos florales muy bonitos y recibió unos regalos de unas niñas que llegaron montadas a caballo. Después de esto, se oyó por las bocinas que rodeaban Cibeles: ¡Ahora el Papa se monta en el papamóvil y se dirige a esta plaza! ¡Estará aquí en breves minutos! Empezamos a cantar, a gritar consignas y a aplaudir. Cuando el Papa finalmente llegó a la Plaza se oían los gritos de quienes estaban más cerca de la tarima. El Papa se veía emocionado. Después de unas palabras de bienvenida del Cardenal Rouco, ¡por fin! oímos la voz del sucesor de Pedro. “Queridos amigos…” fueron sus primeras palabras. El Papa habló en seis o siete idiomas. Eso impresionó a todo el mundo. Unas palabras suyas que me quedaron grabadas: hacer crecer la gracia de Dios sin mediocridad aspirando a la santidad. 


Al terminar la ceremonia de bienvenida, empecé a sufrir otra vez el peso de la gente intentando acercarse a la baranda. El movimiento de voluntarios y policías hacía pensar que el Papa iba a pasar por donde estábamos. Pero no, nos quedamos con las ganas. Empezamos entonces a salir de ahí. Ríos, mares de gente que se movían. No he visto cosa igual. Se oían instrumentos de todo tipo. Camisas rojas, amarillas, verdes, azules, blancas, negras. Banderas de todos los países imaginables. Se acercaba gente para intercambiar recuerdos. Nosotros teníamos para dar unos pequeños leones que representan la ciudad de Ponce. Se veían hábitos de todos los colores y estilos. Muchos sacerdotes en sotana a pesar del sol. Un ambiente que sin ninguna duda es expresión clara de lo que significa una fe católica, una fe universal.



Mi experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud, Madrid 2011. Parte 2.

El Via Crucis.

Al día siguiente, viernes 19, fue el Via Crucis. Nos propusimos estar cerca del Papa a como dé lugar.  Después de visitar algunos sitios vinculados a la vida del fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá, nos fuimos en dirección a la Plaza de La Cibeles. Queríamos volver a estar como estuvimos el día de la Misa con el Cardenal Rouco, en la mitad de la plaza de Cibeles. Nos llevamos un susto porque nos encontramos con un gentío inmenso intentando entrar en la plaza. Afortunadamente todavía había espacio. Fueron unos momentos de tensión porque la policía iba dejando entrar a las personas poco a poco pero eran cientos y cientos. Yo sentía que en cualquier momento la policía iba a decir ¡se acabó! ¡No entra más nadie!, pero gracias a Dios ese momento llegó cuando ya estaba adentro y todo los de mi grupo también. Estuvimos más cerca que el día con el Cardenal Rouco. El Vía Crucis se llevó a cabo a lo largo del paseo de Recoletos. Benedicto XVI llegó a la Plaza de la Cibeles y lo siguió a través de un televisor que se había instalado para ese propósito. El estaba arrodillado y a veces sentado, siempre  de frente al público. Junto al Papa lo veían en otro televisor el Cardenal Rouco y algún otro Cardenal que no sé quién es.  
Nosotros seguíamos el Via Crucis por las pantallas. Lo mejor fue poder estar cerca. Siempre que queríamos, con levantar la cabeza podíamos ver claramente al Santo Padre, se le veía rezando, concentrado, atento a los sucesos. 
La cruz fue recorriendo las catorce estaciones del Via Crucis. La cruz la transportaban distintos grupos de jóvenes. El coro y la orquesta de la JMJ (ambos fueron creados específicamente para las jornadas) iban cantando y tocando distintas piezas de música entre estación y estación. Al llegar a una de ellas, se hacía silencio y se leía un texto. Los peregrinos teníamos una guía con los textos de todas las ceremonias litúrgicas de esa semana y pudimos ir siguiendo todas las lecturas del Via Crucis.

El momento culminante del Via Crucis fue sin duda las últimas estaciones. El Señor con la cruz a cuestas y la crucifixión. Mientras se acercaba a la estación que representaba el Señor cargando con la cruz hacia el Calvario, el coro se calla, la orquesta se calla. Empieza a sonar por La Cibeles una saeta llamada el Rostro de Cristo. Una interpretación absolutamente conmovedora que llenó el acontecimiento de un silencio absoluto. Nadie hablaba todo el mundo rezaba. El Via Crucis continuó, se oye por las bocinas: siguiente estación, la Crucifixión. Y en medio del silencio empiezan a sonar, interpretados por la orquesta, los golpes del martillo sobre los clavos. El silencio se hizo aún más profundo. Por lo menos a mí, el sonido de los martillos a todo volumen, me hizo imaginar de un modo muy gráfico la crucifixión. Creo que fue una experiencia común porque nadie se movía y a diferencia de la saeta, cuando el sonido de los martillazos concluyó, nadie aplaudió. Otra vez, la gente rezaba. El Papa no se inmutaba, se le veía con la vista fija en la pantalla y rezando.
Concluido el Via Crucis, el Papa se pone de pie. Esta vez no lo iba a oír desde lejos sino desde cerquita. Cuando se volvió a oír por el micrófono la voz del Santo Padre, La Cibeles volvió a estallar en aplausos, emoción y entusiasmo. El Papa nos animó a no tenerle miedo a la Cruz. Cuando terminó el Via Crucis yo estaba muy contento, pude tener de frente al Papa por una hora entera.  
La salida de Cibeles fue igual que el día anterior pero se sentía cómo a medida que se acercaba la jornada final en Cuatro Vientos, la muchedumbre aumentaba.

Mi experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud, Madrid 2011. Parte 3..


Parte 3: El aeródromo de Cuatro Vientos. 

Por último, llegó el sábado 20, la Vigilia en Cuatro Vientos con el Papa. El plan era: unas palabras del Papa, adoración al Santísimo, pernoctar en Cuatro Vientos y al día siguiente, Domingo 21, Misa presidida por Benedicto XVI.
Saliendo del Metro
Cuatro Vientos es un aeropuerto de la Fuerza Aérea Española. Nos bajamos en una estación del metro que está a treinta minutos caminado. Ya en el vagón de tren sentimos el calor humano de cientos de personas metidas en un espacio reducido. Cuando empezamos la caminata hacia Cuatro Vientos, cinco horas antes de la Vigilia, ya caminábamos con miles de personas alrededor. Iba a ser una jornada dura, el sol estable inclemente. 
Llegamos al aeropuerto y lo primero que hicimos fue buscar la comida. Comento este hecho porque para mí fue un gran logro de los organizadores de la JMJ. Dar almuerzo, merienda, cena, desayuno, merienda y almuerzo para 2 millones personas es un reto objetivamente impresionante. Un aplauso para ellos porque lo lograron estupendamente bien. 
Después de tener nuestras bolsas de comida, nos fuimos a la sección que nos correspondía: la E7. Cuando llegamos los voluntarios nos dijeron que ya la sección estaba llena que teníamos que irnos a otro sitio. No nos conformamos, insistimos un poco y logramos conseguir un sitio donde estar. El grupo tuvo que dividirse. Diez por un lado, ocho por otro pero lo logramos. 
Explicar la aventura de Cuatro Vientos es difícil. Jamás en mi vida he visto tanta gente junta. Había gente acostada y sentada en cualquier espacio de terreno que hubiera disponible. Hacia cualquier lado que miraras veías gente y más gente. Era algo muy emocionante.

Una vista aérea de Cuatro Vientos

 El calor fue un hecho que por momentos puso a la gente nerviosa. En Cuatro Vientos no hay ni un solo árbol que dé sombra y tuvimos que estar muchas horas bajo un sol que no perdonaba. El agua se calentaba tanto que refrescaba muy poco. Pero, una vez más la gente estaba dispuesta a lo que sea y poco a poco aguantó hasta que cayó la noche. Bajaron las temperaturas y todo el mundo pudo descansar. 

Por fin llegó el Papa, los gritos de millones de jóvenes eran ensordecedores. Cuatro Vientos sí que fue el culmen de la variedad. Blancos, negros, morenos, amarillos. Pelirrojos, catires, pelo negro. Religiosos de todas las órdenes religiosas imaginables. Aquí si es verdad que podían conseguirte con lo que quisieras. Y sin embargo, todos gritaban lo mismo: ¡Que viva el Papa! ¡Esta es la juventud del Papa! ¡Beeeenedicto! Es la maravillosa experiencia de la pluralidad viviendo el lema de la jornada ¡firmes en la fe! 
Mientras el Papa llegaba a Cuatro Vientos y se desarrollaba la ceremonia de bienvenida, había una nube negra amenazante que tenía a todos a la expectativa. Un poco de lluvia a las 5 de la tarde hubiese venido estupendo pero a las 8 de la noche cuando el Papa se disponía a hablar no emocionaba tanto. Sin embargo, sucedió. Cuando el Papa empezó a hablar se desencadenó una tormenta de agua con viento impresionante. Decidimos usar las chaquetas y los impermeables para proteger los sacos de dormir y la comida. Al principio pensábamos que la ceremonia podría seguir pero el viento y el agua arreciaron. El Papa tuvo que ser protegido por varios paraguas. En medio de todo esto, una cosa estaba clara: de aquí no se va nadie. La firmeza del Papa, que no se movió de su asiento, contagió a los presentes que empezaron a cantar y a gritar. Me consta que queríamos hacer sentir al Papa nuestro apoyo. Él había ido a vernos y nosotros habíamos ido a verle. De ahí no nos íbamos, lloviera lo que lloviera. A pesar de eso, la lluvia se alargaba y no paraba. De repente, todo el mundo empezó a rezar. A mi derecha un grupo de peregrinos rezaba en voz alta el Acordaos, yo empecé a rezar una estampa a San Josemaría. A mi izquierda, un grupo de monjas cantaban el conocido poema de Santa Teresa: Nada te turbe, nada te espante todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta. La petición unánime era: ¡que escampe! Y escampó. Después de unos diez o quince minutos se volvió a oír la voz del Santo Padre: “Queridos amigos….” No pudo hablar más. Haber aguantado el sol y después la lluvia había puesto a todo el mundo en un espíritu de batalla y volver a oír la voz del Papa fue como la señal del triunfo. Todos gritábamos. Estábamos muy emocionados. El Papa no pudo hablar por varios minutos, los gritos no lo dejaban. Por las pantallas se le veía muy conmovido.  “Hemos vivido una aventura juntos…” otra vez aplausos y gritos. Con un orgullo peculiar gritábamos a todo pulmón ¡Esta es la juventud del Papa!
El Papa rezando ente el Santísimo
Por fin el Papa pudo terminar sus palabras y salió para revestirse para la bendición con el Santísimo. Se expuso el Santísimo y empezó la Adoración Eucarística presidida por el Papa. El millón y medio de personas que antes sudados y mojados gritaba, ahora se pone de rodillas y calla. Todos nos sentíamos acompañando al Papa en su oración. Después de un rato de adoración, el Papa nos dio la bendición con el Santísimo y se despidió. Se fue entre aplausos pero sobre todo se fue dejando en nosotros una profunda admiración por todo lo que aguantó y resistió. Estoy seguro de que por mucho menos de lo que tuvo que soportar Benedicto XVI la noche de Cuatro Vientos, un artista de rock se hubiese retirado del escenario y cancelado el concierto. 
Al irse el Papa comenzó la aventura de pasar la noche en Cuatro Vientos. Empezó la gente a dormirse y alrededor de la 1 am, las parcelas del aeropuerto eran millares de sacos de dormir y sábanas por el piso. Tenías que tener cuidado al caminar para no pisar la cabeza o los pies de alguien desconocido. También como es lógico en una concentración de jóvenes, muchos no quisieron dormir. Yo estuve andando por ahí hasta las 3 de la mañana y siempre vi gente cantando, hablando y mucha gente rezando. A las 2.30 de la mañana fui a una de las capillas que tenían el Santísimo para hacer un rato de oración con mi hermano. Estaba repleta de gente. Incluso algunos sacerdotes confesando. Es una imagen que remueve y que encarna lo que el Papa repitió mucho: la Iglesia está viva. 
La gente en una de las parcelas
Cuando por fin me digné a acostarme, había un hormiguero justo donde iba a ponerme. Tuve que buscar otro huequito por ahí. Lo conseguí y me acosté. A mi derecha tenía tres personas que no conocía. Frente a mí otras que tampoco conocía. Pero así como eran desconocidas para  mí, yo lo era para ellos pero la verdad es que esa noche a nadie le importó. Cuando me desperté en algún momento de la madrugada, abrí los ojos y tenía el pie de alguien envuelto en una sábana frente a mí. Volteé la cabeza y me conseguí con la cabeza de uno de mis amigos a pocos centímetros. Traté de ponerme de lado pero tenía los pies de otro amigo mío en la mitad del camino. Así fue la noche de Cuatro Vientos pero a absolutamente nadie le importaba. Todos estábamos felices. Exhaustos pero felices. 
A las 7.30 de la mañana, un fulano apodado “El Pulpo” que fue el animador de los eventos de la JMJ, gritaba ¡Buenos Días Cuatro Vientos! Yo estaba un poco aturdido y no entendía porque nos despertaban a esa hora si faltan todavía dos horas y media para la Misa. Vi a mi alrededor y me di cuenta de que no era el único en esa situación. Pero bueno, después me pareció lógico que para despertar a millón y medio de personas hacen falta 2 horas y media. 
El Papa llegó y otra vez la gente salió corriendo hacia las barandas. Pero, el Papa tampoco pasó por la zona donde yo estaba. Pero estaba tranquilo, la tarde del Via Crucis para mí fue suficiente. 
La Misa fue muy emocionante. Es como obvio decir eso cuando quien celebra es el Papa y quién participa de ella es un grupo millonario de personas jóvenes. El coro y la orquesta interpretaron de manera impecable el repertorio y en algunos momentos fue difícil contener las lágrimas. El Gloria fue particularmente vibrante. El Papa en la homilía insistió en que no se puede seguir a Cristo fuera de la Iglesia. Me imagino que estaba saliendo al paso a ese argumento tan difundido de que “yo creo en Dios pero no creo en la Iglesia.” En la Consagración vivimos otra vez ese momento tan peculiarmente emocionante del silencio en medio de semejante multitud. 
Tarima de Cuatro Vientos
Antes de concluir el Cardenal Rouco le dirigió unas palabras a Benedicto XVI. No son textuales pero más o menos decía: “Santo Padre estos jóvenes están dispuestos a encarnar el Evangelio y ser apóstoles en sus lugares de residencia. Esta es Santo Padre la juventud del Papa. Puede contar con ellos.” Un aplauso atronador sacudió Cuatro Vientos. Yo me volteé y le dije quién tenía al lado, ¡en qué compromiso nos ha metido el Cardenal! Pero el compromiso máximo fue en el que nos metió el Papa. Antes de terminar la Misa, nos dirigió unas últimas palabras. Justo antes de decir “Muchas Gracias”, nos dijo: “queridos amigos, ¡no me defraudéis!” 
Con estas ideas en la cabeza, caminé las 2 horas que nos tomó salir de Cuatro Vientos.
Al día siguiente abordamos el avión que nos trajo de regreso a San Juan.
Muchas gracias Benedicto XVI por esta experiencia.
P.D: si alguno de los miles de voluntarios de la JMJ lee esto, quiero que sepa que estoy muy agradecido. Su trabajo fue impecable.
"Lo único que hace falta para que el mal triunfe, es que los hombres buenos no hagan nada"
Edmund Burke