lunes, 23 de octubre de 2017

Honey Mustard


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Era una de esas conversaciones que se recuerdan con agrado. El momento facilitaba un diálogo sereno, el lugar le proporcionaba un escenario acogedor y el tema de conversación era interesante. Mi interlocutor me decía que estaba en la búsqueda de la mujer de su vida. Y deseaba conseguir una que fuera compatible con el. Su problema hasta el momento era encontrar a alguien que secundara sus gustos, aficiones y estilos de vida.

Me vino a la cabeza una frase de Chesterton que con su habitual ironía puntualizaba: “si los casados pudieran divorciarse por ser incompatibles, no entiendo porque no se han divorciado todos”. Porque es evidente, la naturaleza lo impone, un hombre y una mujer no son compatibles.

Las relaciones humanas como las buenas salsas, están hechas de muchos ingredientes que en su conjunto son mucho más valiosos que individualmente considerados. Lo importante no es que los ingredientes sean compatibles sino que se complementen. Que las cosas buenas de uno no desluzcan las del otro. Por el contrario, que sean capaces de hacerlas desparecer o al menos, hacerlas imperceptibles. La verdadera riqueza de una relación humana no está en su compatibilidad, sino en su complementaridad. Que juntos son más que estando solos.

Es así como se hace la famosísima salsa conocida como honey-mustard. La miel es más compatible con el azúcar pero solo cuando está dispuesta a juntarse con algo distinto, surge algo nuevo. 

Y siguiendo estos razonamientos, acabé dándole este consejo a mi amigo: No aspires a la compatibilidad. Pronto te aburrirá. Aprende más bien a enriquecerte con lo distinto que tienen los demás. Así no solo encontrarás la mujer de tu vida sino que la sabrás amar hasta el final. 

domingo, 17 de septiembre de 2017

En defensa de los políticos

En los últmos años he tenido la posibilidad de conversar con personas de muchos países. Hay una cosa en común: el desencanto con la clase política que dirige su país. No importa de donde venga, su edad o sexo, era casi universal el sentimiento de que los políticos le han fallado. 

¿Cómo es esto posible? ¿Realmente los políticos del mundo son unos corruptos y egoistas? ¿No hay politícos capaces de trabajar bien? 

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Las doctrinas políticas sobre el contrato social establecen que el pueblo delega a través del voto el poder de gobernar la ciudad.  Pero en muchas democracias modernas, el tono de protesta del ciudadano común es de quien espera todo del gobierno y siente que cumple con su deber yendo a votar en el período establecido. En realidad no delegamos el gobierno, sino que nos desentedemos de él.  Esto es claramente un error porque la construcción del bien común es una resposabilidad tan de los políticos como de los demás ciudadanos. 

Por eso, me atrevo a afirmar que el descontento colectivo con la clase política es, en muchos casos, consecuencia de haber dejado de hacer lo que como ciudadanos nos corresponde y pretender que lo resuelva el gobierno. 

Aceptar esta realidad es difícil pero sin duda más provechoso para la sociedad. Nos impide echarle la culpa al gobierno de nuestros males sociales. Nos hace enfrentarnos con la realidad de que la injusticia social, la pobreza, la falta de acceso a la educación, la inseguridad, el desempleo, etc. no son solo problemas para el gobierno, sino problemas de los que cada uno es responsable.

Con esto no quiero decir que no haya casos de corrupción o abusos en la clase política. De hecho, en algunos países, como Venezuela, la violación reiterada de los derechos humanos hace imposible vivir el principio de subsidariedad porque los ciudadabos viven oprimidos en sus derechos más elementales. Sin embargo, si estoy convencido de que el ciudadano de a pie debe hacer más por su país y esperar menos del gobierno. Quizá esto se puede resumir en la conocida frase de John F. Kennedy “ask not what your country can do for you—ask what you can do for your country”.

Si nos hacemos y contestamos esa pregunta, nos quejaremos menos, veremos el futuro de nuestras sociedades con una óptica más optimista, nos sentiremos protagonistas de la construcción de un mundo mejor y en consecuencia, aportaremos a que sea una realidad. 

domingo, 25 de junio de 2017

La Revolución del Cariño

Mis sobrinos: Ignacio y Francisco.
¿tu verdad?, ¿mi verdad? ¡No!; la verdad. Ven conmigo a buscarla.

Con esas palabras me retó, en su discurso de graduación, un buen amigo de la secundaria. He aceptado su reto, y en todos estos años he mantenido esa búsqueda.  Me ha ayudado seguir el consejo de Chesterton, un pensador inglés: hay que tener siempre una mente abierta, pero cerrarla cuando se consigue algo valioso, no vaya a ser que por tenerla siempre abierta se nos caiga el cerebro.

Así, poco a poco he ido formando mis convicciones y encontrándome con la verdad, aunque sea parcialmente. También he procurado compartirla porque no quiero retenerla egoístamente, sino hacer a otros disfrutar de la alegría de encontrarla.

Lamentablemente, esto no siempre ha sido un proceso fácil. En el mundo de hoy defender o promover las propias convicciones resulta peligroso. Hablar de la verdad es considerado antidemocrático o intolerante. Por ello, empecé a pensar cómo se podían promover las propias convicciones sin que nadie sienta amenazada su libertad de pensamiento.

He llegado a la conclusión de que es necesario trabajar menos con los argumentos y esforzarse más en que los interlocutores se sientan queridos. La fuerza persuasiva de la verdad, no está tanto en su lógica intrínseca, sino en el cariño con que se transmite.

En el momento que una persona escucha algo y percibe que se le dice con cariño, se produce una transformación. Ya no se trata de quién tiene la razón, sino de cuál es la realidad de las cosas. De encontrar la verdad.

Quizá por eso los consejos de una madre son tan influyentes.  Posiblemente no están llenos de argumentos imbatibles pero, ¿quién puede resistirse a esas indicaciones maternales, acompañadas de una mirada y un tono que parecen la materialización del cariño?

domingo, 30 de abril de 2017

Inocente soy




Todos tenemos la imperiosa necesidad de estar en paz con nuestra conciencia. Por eso, me atrevo a afirmar que, en mil formulaciones distintas, cada ser humano se pregunta a sí mismo con cierta frecuencia ¿yo soy buena persona? 

Sobre la respuesta a esa pregunta versa esta reflexión. Diría que tiene su orgien (la reflexión) en la impresión que me causan las declaraciones de Poncio Pilatos en el pseudo juicio que le hizo a Jesús de Nazaret. Para eximirse de responsabilidad, declara: inocente soy de la sangre de este justo, vosotros veréis. Luego, se lava las manos. Y con eso, al menos ante su conciencia, parece haber resuelto el problema. Horas después se produce un homicidio que él pudo haber evitado. Es un ejemplo de la tragedia que suponen las faltas de omisión. 

Poder afirmar "yo no le hago daño a nadie" parece haberse convertido en la aspiración moral más elevada del hombre moderno.  Una nueva ética se ha instaurado en el mundo: ser bueno no consiste en hacer el bien, sino en no hacer el mal. Expresiones que evidentemente no son sinónimas. 

Bajo esta nueva ética el mundo se ha empobrecido. Dejamos de sentirnos responsables de la superación personal de quienes nos rodean. Abandonamos a su suerte a cada hombre, olvidando que solo con el apoyo de otros el ser humano puede mejorar. Y lo que es peor, vivimos con la conciencia adormecida, ciegos ante el sufrimiento de tantos, porque pensamos que como no somos los causantes de un mal, estamos eximidos de hacer algo por remediarlo. 

Tenemos que recuperar la conciencia de que el hombre bueno evita el mal pero también procura el bien. Y no solo el propio sino el de los demás. De este modo vamos humanizando este mundo nuestro que sufre tantas heridas, agravadas muchas veces por la indiferencia de los que se creen buenos. Nadie puede contentarse y sentirse satisfecho porque "no le hace mal a nadie". Esto es algo, pero muy poco. Quizá podría afirmarse que es la ética en su versión más primitiva.

Puede ayudar que cada día antes de dormir nos preguntáramos: ¿qué bien hice hoy por los demás? ¿que situación difícil ayudé a superar? 


jueves, 2 de marzo de 2017

Lecciones de unos bebés simpáticos

Mis sobrinos en un paseo
Este fin de semana, fui a dar unas conferencias en Washington D.C. y pude compartir con unos sobrinos que todavía no conocía. Son Francisco, Ignacio, Isa y Xavier que tienen 4, 3, 1 año respectivamente. El pequeñín tiene 8 meses. Todos encantadores, y esto es objetivo, no es porque sea su tío. 

Cuando los bebés lloran, suele ser por una razón. Tienen hambre, sed, sueño, les duele la cabeza o tienen el pañal sucio... Y a atender sus necesidades acude presuroso su mamá o su papá. Esta escena la vi repetirse durante los últimos días y me hizo pensar en que quizá los adultos debemos llorar más. 

Las lágrimas son la expresión externa de una necesidad. Y mostrándolas podemos poner a los demás en conocimiento de nuestras dificultades. El mundo de hoy parece analtecer al adulto autosuficiente, que no necesita nada de nadie. Pedir ayuda es casi sinónimo de debilidad. El resultado es que sufrimos solos y por demás. 

Los bebés se revelan ante esta actitud y lloran sin verguenza, pidiendo -sin palabras- que alguien los oiga. 

Quizá en eso, muchos adultos podríamos imitar a los niños. Todos necesitamos un paño de lágrimas. Hay que conseguirlo y con él, con ella, llorar sin miedo. Si lo hacemos así, las lágrimas serán momentáneas porque encontraremos apoyo y como los bebés, pasaremos pronto del llanto a la sonrisa.




domingo, 5 de febrero de 2017

El valor de la realidad: inspirado en un comunista y su bicicleta.

Dicen que a un aspirante a ser directivo del Partido Comunista le hicieron este examen:
¿Si usted fuera dueño de una finca la entregaría a los trabajadores? ¡Si claro!, contestó el aspirante.
Y si usted poseyera un carro, ¿lo entregaría al Partido para el uso de todos los camaradas? ¡Por supuesto!, siguió respondiendo.
Y, si tuviera una bicicleta, ¿la daría al Partido? No, -reconoció el interesado- la bicicleta no porque la bicicleta si la tengo.
Al oír la historia, primero, me reí y luego me hizo pensar. ¡Qué diferencia cuando los planteamientos dejan de ser teóricos y nos afectan en lo concreto! Me pregunto, ¿Por qué?, porque solo en lo concreto puede captarse el auténtico valor de las cosas y situaciones de nuestra vida.
La definición de un beso, quizá alimenta la curiosidad pero poco más; la enfermedad explicada en un libro, acaso despierta alguna vocación de médico. Pero, el beso de una madre nos explica que significa sentirse querido, y la enfermedad de un hijo qué significa sufrir.  En la realidad, en lo concreto es donde somos capaces de captar, si se me permite la expresión,  la vitalidad de la vida, su fuerza interna, aquello que la hace atractiva.
Pienso que esto fue lo que quizo decirnos John Lennon con su conocida frase “la vida es aquello que te pasa mientras estas ocupado haciendo otros planes”. Quizá ese gran artista, se caería de espanto al ver las horas infinitas que estamos frente a las pantallas, mientras nuestro mundo pasa, y con él tanta belleza. No permitamos que esto suceda. Salgamos al encuentro de ese mundo nuestro, y descubramos la infinita riqueza que encierra en cada detalle, en cada mirada,  en cada conversación…  Esta experiencia es para mí una definición del verbo vivir.

domingo, 29 de enero de 2017

Dialogar o Discutir

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En el mundo de hoy se habla mucho de diálogo. No solo entre grandes actores políticos sino a todos los niveles. Profesores, conferenciantes y empresarios resaltan la necesidad del diálogo como motor para resolver los conflictos. Sin embargo, mi impresión es que se dialoga poco y se discute mucho. ¿Cuál es la diferencia?

Para que haya diálogo un punto de partida es la humildad de quienes dialogan.  Cuando existe esta virtud, las partes llegan a la conversación con la disposición de conocer y buscar la verdad. Se intenta – con sinceridad- comprender todos los puntos de vista y ponerlos en juego. Quien discute, por el contario, suele llegar con algunas ideas preconcebidas que intentar imponer a los demás. En realidad, no quiere hablar, quiere que le escuchen.

Cuando hay diálogo, se distingue entre los argumentos y la persona que los expone. Una vez un buen amigo me dijo: “yo no tengo que respetar tus argumentos, yo te respeto a ti, pero si tu argumento me parece inválido, te lo diré”. Pienso que tiene razón. Una persona susceptible, que en todo disenso ve una ataque personal jamás podrá dialogar. Distinguir entre la persona y sus argumentos es difícil pero indispensable para una conversación fructífera.

Pienso que si el diálogo, a todo nivel, tiene las características mencionadas, será un vehículo útil para la transformación social. De lo contrario, nos desgataremos discutiendo.

Simplemente por la admiración que me genera, y porque prueba que un diálogo inteligente es posible, les refiero un ejemplos admirable. Hablo de la relación de Chesterton y Shaw. Dos pensadores del Siglo XX que se hicieron famosos, entre otras cosas, por la fogosidad con la que debatían uno contra otro.   El primero era católico, valoraba la economía de mercado y era amante de la buena comida, la  cerveza y los habanos. Bernard Shaw por su parte, era ateo, socialista, vegetariano y abstemio.  Más contarios imposible y sin embargo, los unió una relación muy cordial. Después del funeral de Chesterton, Shaw escribió un artículo alabando las virtudes del que consideraba un amigo. 
"Lo único que hace falta para que el mal triunfe, es que los hombres buenos no hagan nada"
Edmund Burke