lunes, 25 de abril de 2011

Por qué creemos lo que creemos.




Era el siglo II D.C. Las calles de Roma estaban abarrotadas de gente. En el camino que llevaba al Coliseo el ruido era ensordecedor. Se oían gritos a todo pulmón profiriendo los insultos más agresivos que podrían decirse. Había gente que lloraba desconsolada. Con la cara marcada por el dolor muchos rezaban serenamente.
En medio de todo este caos, iba Telésforo, Obispo de Roma, el Papa de la naciente Iglesia. Había sido condenado a muerte por un delito que empezaba a hacerse cada vez más común: ser Cristiano. El Papa iba rezando y daba la bendición a todos los cristianos que lograba reconocer entre la multitud. 
Entre los presentes, había quienes no entendían porqué estaba tan tranquilo alguien que iba camino a la crucifixión. Junto con otros, se preguntaban cómo era posible que habiendo tantas condenas a muerte en las últimas semanas, el Cristianismo se seguía expandiendo. Para ellos era una profunda contradicción la realidad evidente de que mientras más cristianos morían, más gente se convertía a esa “secta”. El régimen del terror iniciado en su contra no estaba funcionando.
Estas líneas me las inventé luego de quedar hondamente marcado por dos novelas que acabo de terminar de leer. La primera se llama Marcus. La segunda, Grain of Wheat. El autor es Michael Giesler. Los libros cuentan la gran aventura humana y espiritual que supuso vivir y difundir la doctrina de Cristo durante los primeros siglos. 
Sin entrar en dramatismos, mi conclusión constante era: ¡Qué inmensa distancia hay entre nosotros y la fortaleza, la fe, la caridad de los primeros cristianos!
A lo largo del libro, no podía dejar de hacerme preguntas.  ¿Qué vieron en la fe aquellos primeros cristianos para perderle el miedo a las formas más crueles de muerte?,  ¿Qué había en esa “nueva espiritualidad” que logró mover a tantos hombres y mujeres a cambiar radicalmente su visión del mundo?, ¿Qué descubrieron en el mensaje del Carpintero de Nazaret tantas personas que decidieron dejarlo todo para seguirle?, ¿No es esa fe, esa nueva espiritualidad la misma que creemos hoy en día los cristianos?, ¿Ese Carpintero de Nazaret, no es el mismo a quién hoy día la Iglesia nos propone imitar? En definitiva, ¿por qué nosotros, cristianos del siglo XXI, no vivimos la fe con la intensidad con que lo hicieron en los primeros siglos?
Después de mucho pensarlo, ofrezco una posible respuesta. Hemos llegado a creer que nuestra fe son un conjunto de normas que hay que cumplir. Si las cumples te vas al cielo, sino al infierno. Y ya. Se acabó. En eso consiste nuestra fe. Ahora, pienso que la fortaleza y ejemplaridad de los primeros cristianos se apoyaba en que veían en la fe algo mucho más potente que un conjunto de normas. Hay algo que ellos veían que nosotros no estamos viendo. Ofrezco otra posible respuesta, ellos encontraron que la fe era sobre todo amar incondicionalmente a una persona. Concretamente amar la persona de Cristo, que ya había muerto en la cruz por cada uno de ellos.  En su esfuerzo por amar a esa persona es donde encontraron la vitalidad, el dinamismo y la fuerza del Cristianismo. Urge que nos reencontremos con esta perspectiva de nuestra fe. La visión del Cristianismo como un conjunto de reglas es aburridísima. Pero el Cristianismo, por definición, no puede ser aburrido. La fe católica es en última instancia amar, y amar siempre es emocionante. Pienso que ese fue el gran descubrimiento de los primeros y por eso, fueron capaces de hacer lo que hicieron.
"Lo único que hace falta para que el mal triunfe, es que los hombres buenos no hagan nada"
Edmund Burke