jueves, 2 de marzo de 2017

Lecciones de unos bebés simpáticos

Mis sobrinos en un paseo
Este fin de semana, fui a dar unas conferencias en Washington D.C. y pude compartir con unos sobrinos que todavía no conocía. Son Francisco, Ignacio, Isa y Xavier que tienen 4, 3, 1 año respectivamente. El pequeñín tiene 8 meses. Todos encantadores, y esto es objetivo, no es porque sea su tío. 

Cuando los bebés lloran, suele ser por una razón. Tienen hambre, sed, sueño, les duele la cabeza o tienen el pañal sucio... Y a atender sus necesidades acude presuroso su mamá o su papá. Esta escena la vi repetirse durante los últimos días y me hizo pensar en que quizá los adultos debemos llorar más. 

Las lágrimas son la expresión externa de una necesidad. Y mostrándolas podemos poner a los demás en conocimiento de nuestras dificultades. El mundo de hoy parece analtecer al adulto autosuficiente, que no necesita nada de nadie. Pedir ayuda es casi sinónimo de debilidad. El resultado es que sufrimos solos y por demás. 

Los bebés se revelan ante esta actitud y lloran sin verguenza, pidiendo -sin palabras- que alguien los oiga. 

Quizá en eso, muchos adultos podríamos imitar a los niños. Todos necesitamos un paño de lágrimas. Hay que conseguirlo y con él, con ella, llorar sin miedo. Si lo hacemos así, las lágrimas serán momentáneas porque encontraremos apoyo y como los bebés, pasaremos pronto del llanto a la sonrisa.




domingo, 5 de febrero de 2017

El valor de la realidad: inspirado en un comunista y su bicicleta.

Dicen que a un aspirante a ser directivo del Partido Comunista le hicieron este examen:
¿Si usted fuera dueño de una finca la entregaría a los trabajadores? ¡Si claro!, contestó el aspirante.
Y si usted poseyera un carro, ¿lo entregaría al Partido para el uso de todos los camaradas? ¡Por supuesto!, siguió respondiendo.
Y, si tuviera una bicicleta, ¿la daría al Partido? No, -reconoció el interesado- la bicicleta no porque la bicicleta si la tengo.
Al oír la historia, primero, me reí y luego me hizo pensar. ¡Qué diferencia cuando los planteamientos dejan de ser teóricos y nos afectan en lo concreto! Me pregunto, ¿Por qué?, porque solo en lo concreto puede captarse el auténtico valor de las cosas y situaciones de nuestra vida.
La definición de un beso, quizá alimenta la curiosidad pero poco más; la enfermedad explicada en un libro, acaso despierta alguna vocación de médico. Pero, el beso de una madre nos explica que significa sentirse querido, y la enfermedad de un hijo qué significa sufrir.  En la realidad, en lo concreto es donde somos capaces de captar, si se me permite la expresión,  la vitalidad de la vida, su fuerza interna, aquello que la hace atractiva.
Pienso que esto fue lo que quizo decirnos John Lennon con su conocida frase “la vida es aquello que te pasa mientras estas ocupado haciendo otros planes”. Quizá ese gran artista, se caería de espanto al ver las horas infinitas que estamos frente a las pantallas, mientras nuestro mundo pasa, y con él tanta belleza. No permitamos que esto suceda. Salgamos al encuentro de ese mundo nuestro, y descubramos la infinita riqueza que encierra en cada detalle, en cada mirada,  en cada conversación…  Esta experiencia es para mí una definición del verbo vivir.

domingo, 29 de enero de 2017

Dialogar o Discutir

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En el mundo de hoy se habla mucho de diálogo. No solo entre grandes actores políticos sino a todos los niveles. Profesores, conferenciantes y empresarios resaltan la necesidad del diálogo como motor para resolver los conflictos. Sin embargo, mi impresión es que se dialoga poco y se discute mucho. ¿Cuál es la diferencia?

Para que haya diálogo un punto de partida es la humildad de quienes dialogan.  Cuando existe esta virtud, las partes llegan a la conversación con la disposición de conocer y buscar la verdad. Se intenta – con sinceridad- comprender todos los puntos de vista y ponerlos en juego. Quien discute, por el contario, suele llegar con algunas ideas preconcebidas que intentar imponer a los demás. En realidad, no quiere hablar, quiere que le escuchen.

Cuando hay diálogo, se distingue entre los argumentos y la persona que los expone. Una vez un buen amigo me dijo: “yo no tengo que respetar tus argumentos, yo te respeto a ti, pero si tu argumento me parece inválido, te lo diré”. Pienso que tiene razón. Una persona susceptible, que en todo disenso ve una ataque personal jamás podrá dialogar. Distinguir entre la persona y sus argumentos es difícil pero indispensable para una conversación fructífera.

Pienso que si el diálogo, a todo nivel, tiene las características mencionadas, será un vehículo útil para la transformación social. De lo contrario, nos desgataremos discutiendo.

Simplemente por la admiración que me genera, y porque prueba que un diálogo inteligente es posible, les refiero un ejemplos admirable. Hablo de la relación de Chesterton y Shaw. Dos pensadores del Siglo XX que se hicieron famosos, entre otras cosas, por la fogosidad con la que debatían uno contra otro.   El primero era católico, valoraba la economía de mercado y era amante de la buena comida, la  cerveza y los habanos. Bernard Shaw por su parte, era ateo, socialista, vegetariano y abstemio.  Más contarios imposible y sin embargo, los unió una relación muy cordial. Después del funeral de Chesterton, Shaw escribió un artículo alabando las virtudes del que consideraba un amigo. 

lunes, 5 de diciembre de 2016

Yo no le hago mal a nadie...

Cada decisión libre tiene consecuencias externas de las cuales el sujeto es responsable. Esto es casi universalmente conocido y aceptado. Lo que se conoce menos es que también la propia persona que decide se hace mejor o peor en la medida que sus decisiones sean o no acertadas.

Resultado de imagen para FreedomEn este sentido, cabe decir que es importante decidir bien porque aunque las consecuencias externas sean leves y pasajeras  o serias y duraderas, ante una decisión moralmente mala el peor daño se lo hace la propia persona. Como ser humano, se hace peor porque su capacidad de conocer y hacer el bien se debilita.

Usar bien la libertad no es solo una responsabilidad hacia los demás sino también hacia uno mismo. Esto puede ayudar a conseguir un respuesta a la pregunta ¿porqué esto está mal sino si no le hago mal a nadie? 


Porque te haces daño a ti mismo.

jueves, 29 de septiembre de 2016

Beethoven o Daddy Yankee: reflexiones sobre la belleza.

Hace pocos días escuché una conferencia de un violinista de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico. Al terminar, le hice una pregunta que me ronda la cabeza desde hace algunos años. ¿Cómo se aprecia la belleza en la música? ¿Qué distingue la buena de la mala música? En el arte en general, ¿se puede decir que hay criterios objetivos de belleza?

Rápidamente el público se alborotó y empezó a decir el conocido refrán "Para los gustos, los colores". La opinión general era que no se podía juzgar ningún tipo de arte con criterios objetivos sino que todo dependía de la percepción subjetiva. Yo me niego a aceptar esta afirmación. Me resulta imposible aceptar que por la percepción del espectador se iguale una sinfonía de Beethoven y una canción de Daddy Yankee o una pintura de Miguel Ángel con el graffiti en la pared de enfrente de mi casa. 

El violinista se esforzó por contestarme. Me dijo que efectivamente existen algunos criterios que ayudan a distinguir una música bien o mal hecha. Habló específicamente de la armonía, la melodía y el ritmo. Sin embargo, puntualizó que hay gente a la que le gusta la música mal hecha y no ve ningún problema con eso. 

Por mi parte, me sentí contestado a medias. Pocos días después conseguí unas líneas de Tomás de Aquino que define la belleza como "la expresión visible de la verdad y de la bondad". Me di por satisfecho. La belleza tiene su marco de referencia. No hay belleza cuando el arte se utiliza para promover el mal o mentir. 

Cuando conté lleno de emoción mi descubrimiento, un amigo me preguntó: pero cuál es tu obsesión con la vaina de la belleza. Le contesté con una idea que leí en un libro de Catherien L´Ecuyer: la belleza suele tener sentido por sí misma, a pesar de no tener utilidad. Es decir, descubrir la belleza de las cosas y de las personas es empezar a valorarlas por lo que son y no solo por el beneficio que me producen. Es un modo de romper con el utilitarismo y el individualismo, con la economía consumista, con la ética del tener sobre el ser. Admirar la belleza de las cosas, es en definitiva, descrubir lo bello y lo bueno que tiene cada ser de la creación. 

Este descubrimiento, además de ser clave para la construcción de un mundo mejor, siempre llena de alegría. Vale la pena "re-educarnos" para que en nuestra vidas súper ocupadas y acelaradas, sepamos redescubrir la belleza de la creación. 

domingo, 21 de agosto de 2016

Polonia 2016 y la «sofá-felicidad»

Ceremonia de Bienvenida del Papa Francisco



Hasta hace una par de semanas estuve en Polonia en la Jornada Mundial de la Juventud. Ya me voy convirtiendo en un veterano de estos eventos puesto que es la tercera que asisto. Cada una tiene su propia magia e impronta. La de este año estuvo marcada por la omnipresencia de una hombre tan querido como fue San Juan Pablo II y por estar en una tierra, la polaca, que tanto ha sufrido pero que también ha mostrado al mundo la capacidad que tiene el hombre de resistir el mal con esperanza.  

Es justo resaltar el excelente trabajo y la admirable hospitalidad del pueblo polaco. A todos los organizadores, en especial a los voluntarios: muchas gracias. 

En esta ocasion no tengo tiempo para más. Deseo sin embargo, transmitir unas palabras del Papa Francisco durante la Vigilia del día 30 de Julio. Son sencillamente estupendas y deben suponer una reflexión para todo aquél que se considere joven.

(...)
Pero en la vida hay otra parálisis todavía más peligrosa y muchas veces difícil de identificar; y que nos cuesta mucho descubrir. Me gusta llamarla la parálisis que nace cuando se confunde «felicidad» con un «sofá/kanapa (canapé)». Sí, creer que para ser feliz necesitamos un buen sofá/canapé. Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, bien seguros. Un sofá —como los que hay ahora, modernos, con masajes adormecedores incluidos— que nos garantiza horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente a la computadora. Un sofá contra todo tipo de dolores y temores. Un sofá que nos haga quedarnos cerrados en casa, sin fatigarnos ni preocuparnos. La «sofá-felicidad», «kanapa-szczęście», es probablemente la parálisis silenciosa que más nos puede perjudicar, que más puede arruinar a la juventud. Y, Padre, ¿por qué sucede esto? Porque poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos quedando dormidos, nos vamos quedando embobados y atontados. El otro día hablaba de los jóvenes que se jubilan a los 20 años; hoy hablo de los jóvenes adormentados, embobados y atontados, mientras otros —quizás los más vivos, pero no los más buenos— deciden el futuro por nosotros. Es cierto, para muchos es más fácil y beneficioso tener a jóvenes embobados y atontados que confunden felicidad con un sofá; para muchos, eso les resulta más conveniente que tener jóvenes despiertos, inquietos respondiendo al sueño de Dios y a todas las aspiraciones del corazón. Os pregunto a vosotros: ¿Queréis ser jóvenes adormentados, embobados y atontados? [«No»]. ¿Queréis que otros decidan el futuro por vosotros? [«No»]. ¿Queréis ser libres? [«Sí»]. ¿Queréis estar despiertos? [«Sí»]. ¿Queréis luchar por vuestro futuro? [«Sí»]. No os veo demasiado convencidos... ¿Queréis luchar por vuestro futuro? [«Sí»].

Pero la verdad es otra: queridos jóvenes, no vinimos a este mundo a «vegetar», a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella. Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella. Pero cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad con consumir, entonces el precio que pagamos es muy, pero que muy caro: perdemos la libertad. No somos libres de dejar una huella. Perdemos la libertad. Este es el precio. Y hay mucha gente que quiere que los jóvenes no sean libres; tanta gente que no os quiere bien, que os quiere atontados, embobados, adormecidos, pero nunca libres. No, ¡esto no! Debemos defender nuestra libertad.

Ahí está precisamente una gran parálisis, cuando comenzamos a pensar que felicidad es sinónimo de comodidad, que ser feliz es andar por la vida dormido o narcotizado, que la única manera de ser feliz es ir como atontado. Es cierto que la droga hace mal, pero hay muchas otras drogas socialmente aceptadas que nos terminan volviendo tanto o más esclavos. Unas y otras nos despojan de nuestro mayor bien: la libertad. Nos despojan de la libertad.

Amigos, Jesús es el Señor del riesgo, es el Señor del siempre «más allá». Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia. Ir por los caminos siguiendo la «locura» de nuestro Dios que nos enseña a encontrarlo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo, en el amigo caído en desgracia, en el que está preso, en el prófugo y el emigrante, en el vecino que está solo. Ir por los caminos de nuestro Dios que nos invita a ser actores políticos, pensadores, movilizadores sociales. Que nos incita a pensar en una economía más solidaria que esta. En todos los ámbitos en los que nos encontremos, ese amor de Dios nos invita llevar la Buena Nueva, haciendo de la propia vida una entrega a él y a los demás. Esto significa ser valerosos, esto significa ser libres.
(...)

Para leer el texto completo pueden ir a;
https://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2016/july/documents/papa-francesco_20160730_polonia-veglia-giovani.html

También pueden conseguir un ebook con todas las intervenciones del Papa en la JMJ aquí: 
http://www.opusdei.es/es-es/article/papa-francisco-jornada-mundial-de-la-juventud-cracovia/

Si Dios quiere, ya les contaré de Panáma en el 2019. 

domingo, 15 de mayo de 2016

Un aporte a la Paternidad Responsable

He oido muchas veces (de niño, de adolescente y ahora de adulto) la siguiente expresión "a mi me encantaría tener muchos hijos pero  hoy en día es difícil sostener económicamente a una familia grande y poder darle a mis hijos lo que necesitan".  

Mi papás, hermanos y hermanas (y un sobrino)
Yo soy el primero de nueve hermanos. Les puedo contar que nunca he ido a Disney, que no tuve carro hasta mitad de carrena universitaria, que usualmente estaba corto de dinero, que la ropa la compartíamos entre los hermanos, que muchas veces fuimos apretados en el carro, que casi siempre compartí cuarto mientras estuve en casa y que en Navidad, el Niño Jesús muchas veces traía no lo que pedíamos sino lo que necesitábamos.  Todas estas cosas me supusieron, a veces, no siempre, ciertas incomodidades. Sin embargo, no cambiaría a ninguno de mis hermanos por habérmelas ahorrado.

Se me ocurre una idea. Cuando los papás piensan en tener hijos, además de pensar en la seguridad económica para darles lo que necesitan, pueden pensar también qué pregunta quieren escuchar a 20 años vista:

Papá, Mamá ¿porqué nunca fuimos a Disney?

o esta otra:

Papá, Mamá ¿porqué no tengo más hermanos?

Mi experiencia es que nunca he escuchado la primera y he escuchado muchas veces la segunda. 

Pareciera que no está muy claro "lo que mis hijos necesitan", y se gasta mucho dinero en cosas que a todas luces no resultan necesaria. Se podría preguntar a los hijos de familias grandes: ¿hubieras preferido más juguetes o hermanos? ¿más viajes o hermanas?  ¿un mejor colegio o hermanos?

Yo, siendo el mayor de 9, no tengo duda: No cambiaría a mis hermanos por nada en el mundo. Y siento un profundo agradecimiento a mis padres por dármelos. Por no confundirse y entender que "los hijos", como toda persona, lo que más quieren en el mundo es sentirse queridos. Y mientras más hermanos y hermanas tengas,  más fácil es sentirse así.
"Lo único que hace falta para que el mal triunfe, es que los hombres buenos no hagan nada"
Edmund Burke