miércoles, 21 de marzo de 2012

Separación Iglesia-Estado


Esto es un fragmento del libro: La Sal de la Tierra. El libro recoge una entrevista que le hacen a Joseph Ratzinger cuando todavía era cardenal. 

Copio abajo su respuesta cuando le preguntan  por el asunto de la separación Iglesia-Estado. Me parece que es una perspectiva muy interesante. 

Entrevistador:
Con la separación de la Iglesia y del Estado, el siglo XIX veía la fe como algo subjetivo y sólo la entendía como un asunto privado. Muchos creen que el actual y progresivo proceso de secularización es una seria amenaza para la supervivencia de la fe y de la Iglesia. Una vez acabado aquel tiempo en el que el Estado establecía la religión, ¿no podría ser este fin de siglo una nueva ocasión para la fe de la Iglesia? «Es propio de la naturaleza de la Iglesia», aclaraba usted mismo con respecto a esta relación, «estar separada del Estado y que su fe no sea impuesta por el Estado, sino que dependa del libre convencimiento».

Cardenal Ratzinger:

La idea de la separación de la Iglesia y del Estado se debe al cristianismo. Antes del cristianismo había una identidad entre la constitución política y la religiónEn todas las culturas se aceptaba el Estado como algo sagrado y, por tanto, era también el mejor guardián de lo sagrado. Esto ya era así en la prehistoria del cristianismo, en el Antiguo Testamento. En Israel estaba, al principio, entremezclado. Pero, cuando la fe del pueblo de Israel pasó a ser la fe de todos los pueblos, su identificación política se disolvió y se convirtió en un elemento que sobrepasaba las diferencias y separaciones políticas. Y ese fue, en realidad, el punto de confrontación entre el cristianismo y el imperio romano. El Estado había tolerado las religiones privadas pero siempre con la condición de que se reconociera el culto al Estado, la cohesión del cielo de los dioses bajo los auspicios de Roma, y de que se pusiera el máximo énfasis en la religión del Estado.

Pero el cristianismo no aceptó esas condiciones; suprimió el carácter sagrado del Estado y, con ello, cuestionó la construcción fundamental de todo el Imperio romano es decir, del antiguo mundo. Así que, después de todo, esa separación es, en su origen, un legado cristiano al mismo tiempo que un factor determinante para la libertad. El Estado, por tanto, ya no es un poder sagrado, es un orden limitado por una fe que, a su vez, tampoco la proporciona el Estado, sino que es un don de un Dios, que está por encima de él y que, además, es su juez. Eso era algo nuevo y se podía explicar de diversas formas según la situación de cada sociedad. La evolución de ese modelo de separación entre Iglesia y Estado, a partir de la Ilustración, se ha realizado, en este sentido, de forma positiva. Lo negativo ha sido que los tiempos modernos, además de reducir la religión a subjetivismo, volvieron al absolutismo del Estado, que se advierte claramente en Hegel.

El cristianismo, por su parte, nunca quiso ser considerado religión de Estado, al menos al principio; quería distinguirse del Estado. Estaba dispuesto a rogar por el emperador, pero no a ofrecerle sacrificios. Además, había conquistado derechos públicos, es decir, ya no era solamente un sentimiento subjetivo, -«todo es sentimiento», decía Fausto-, sino que había conseguido ser una realidad de la cual podía hablarse abiertamente y que establecía sus propias normas de conducta y, en cierta medida, también obligaba al Estado y a los poderosos de este mundo. En ese sentido, yo creo que el desarrollo de la Edad Moderna trajo consigo lo negativo del subjetivismo, pero también tuvo su lado positivo, que es la combinación de una Iglesia libre en un Estado libre, si se puede hablar así. De ese modo se podía fundamentar la fe libremente y con mayor profundidad, pues había que seguir predicando la Palabra de Dios en público, estando bien preparados para luchar contra el subjetivismo.

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Edmund Burke